KIERKEGAARD O CÓMO LLEGAR A SER CRISTIANO

De La Biblioteca Real de Dinamarca - https://www.flickr.com/photos/45270502@N06/9645352916/, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=78022219

Juan Rodríguez M.

El existencialismo, o los existencialistas, pusieron en boga el absurdo, la desesperación, la angustia, la autenticidad, la libertad, la sociedad de masas, la existencia, la nada. Categorías que —una a una— ya habían sido pensadas, casi un siglo antes, por el filósofo danés Søren Kierkegaard: “La angustia es la posibilidad de la libertad”, escribió en 1844 en El concepto de la angustia, uno de sus libros más conocidos, junto a Temor y temblor. Ideas como esa le valieron el ser identificado como “padre del existencialismo”.

Nacido en Copenhague, el 5 de mayo de 1813, es el padre del existencialismo, pero también es mucho más: “Kierkegaard nos ha sido presentado como un autor asistemático, profundamente angustiado y centrado en el individuo singular”, explica Manfred Svensson, docente de la Universidad de los Andes, traductor de La época presente —otro de los libros del filósofo danés— y autor de Polemizar, aclarar, edificar. El pensamiento de Søren Kierkegaard. “Creo que lo mejor que uno podría hacer es intentar aproximarse a su obra poniendo contrapeso a esas preconcepciones”.

Muchos de los escritos de Kierkegaard están dedicados a su padre, Michael Pedersen Kierkegaard. Fue un comerciante exitoso que con cuarenta años se retiró para dedicarse a su familia. Hombre severo, crió a sus hijos bajo un férreo cristianismo luterano y pietista, con un sentido de la culpa lo suficientemente grande para creer —quizás porque embarazó a la madre de Søren fuera del matrimonio— que la muerte de siete de sus hijos era una maldición de Dios.

En ese ambiente, Kierkegaard conoció (y defendió) el cristianismo del pecado original y de la crucifixión, más que el del salvador y la resurrección: “Mi padre murió el miércoles a las 02:00. Deseé tan profundamente que viviera unos años más, y considero su muerte como el último sacrificio que su amor ha hecho por mí. Pues no ha partido de mí, sino por mí, para que llegue a ser algo de mi vida”, escribió Kierkegaard en su diario, en 1838.

Ese ser algo será, en palabras simples, ser cristiano. Sí, porque antes que existencialista, Kierkegaard es un pensador y escritor cristiano. Según él, existen —o pueden existir— tres estadios en la vida de un ser humano: el estético, el ético y el religioso. “Se pueden dar muchas interpretaciones a la más popular de sus doctrinas”, dice Carlos Goñi, español y autor de El filósofo impertinente, un estudio sobre la vida y obra de Kierkegaard. “Una clave interpretativa es el compromiso: el esteta no se compromete con nada ni con nadie; el ético lo hace con la ley moral, con lo que está permitido o bien visto socialmente; el religioso, se compromete con Dios, incluso más allá de la ética, como lo hizo Abraham”, el hombre que apostó por la fe, por el absurdo, que estuvo dispuesto a matar a su hijo por obediencia a Dios.


The Museum of National History, Public domain, via Wikimedia Commons
Søren Kierkegaard en el coffee-house, dibujo al óleo de Christian Olavius, 1843.


Antes de entregarse del todo al cristianismo, en 1840, tras diez años de estudio no muy dedicado y de vida bohemia, Kierkegaard se licenció de teólogo. El mismo año se comprometió con una joven de dieciséis años —él tenía veintisiete—, Regina Olsen. Pero apenas pidió su mano notó que se había equivocado: pasó un año atribulado, sumido en la melancolía, defendió su tesis Sobre el concepto de ironía, y rompió con Olsen. De ahí en adelante pudo dedicarse a su carrera de escritor cristiano.

En 1843 aparecieó bajo su nombre Dos discursos edificantes y, paralelamente, con pseudónimo, O lo uno o lo otro. Este último es un libro donde un tal Victor Eremita edita los papeles de “A” —todos de talante estético— y los papeles de “B” —de corte ético—. Entre ellos está “Diario de un seductor”, donde un “esteta reflexivo” (¿Kierkegaard?) juega con los sentimientos de una joven y la manipula —la enamora— con frialdad mediante gestos de pasión y ternura. Luego la deja.

Comunicación indirecta

En Kierkegaard los pseudónimos, combinados con el uso de la ironía y el gusto por la paradoja, configuran una compleja estrategia. “Lo crucial es notar lo central que es para Kierkegaard no sólo lo comunicado, sino que también el modo de comunicación. La comunicación directa, propia por ejemplo de las ciencias, no serviría para ayudar a quienes se encuentran en una situación de autoengaño (y, según Kierkegaard, en la cristiandad todos estamos en situación de autoengaño). La pseudonimia es sólo uno de los modos de comunicación indirecta por los que se busca romper ese encierro”, explica Svensson.

El autor danés fue muy crítico del hegelianismo, del progresismo de la razón. La realidad, para él, no era racional y menos el camino religioso: “Yo me niego a ser un parágrafo de un sistema”, escribió. También polemizó duramente con la iglesia protestante danesa, especialmente a través de una serie de panfletos titulados El instante; la cuestiona por adoptar las ideas hegelianas y por estar unida al Estado. El camino del cristiano —pensaba Kierkegaard— es individual, y en el centro está el pecado. Es esa noción, dice, y no la de redención (que supone a aquélla) “la que establece la diferencia cualitativa entre el paganismo y el cristianismo”. El pecado, que es constitutivo del ser humano, es la condición de la fe; la fe en que existe algo superior que incluso puede perdonar lo imperdonable: “Hay sólo una culpa que Dios no puede perdonar, ¡la de no estar dispuestos a creer en su grandeza!”, dice.

El cristianismo se entiende, entonces, como una cura contra la desesperación, contra “la enfermedad mortal”. Hay que elegir, como Abraham: tener o no tener fe, obedecer o no a Dios cuando te ordena matar a tu hijo (de ahí la expresión “o lo uno o lo otro”). La elección —la libertad— angustia (“la angustia es el vértigo de la libertad”), pero si en vez de negarse a ésta, como el esteta, se persevera, adquiere un cariz salvífico que impulsa al individuo a una existencia auténtica.

Ese individuo auténtico sería la verdadera vida en libertad. Una libertad paradójica, pues se trata de renunciar a la propia voluntad y razón, o es lo que parece, para entregarse a ese otro absoluto y absurdo que es Dios. Algo así como elegir someterse a Dios, sin importar nada ni nadie, ni siquiera tu hijo y quizás tampoco el mundo: "Que la desazón viene de lejos se puede ver en la desesperación de algunas personas —escribe Carla Cordua en De todas layas—. La conciencia que tuvo Kierkegaard del contraste y la extrema dificultad de combinar la religión verdadera con la época de su vida. La incompatibilidad entre religión y razón pública, entre la fe personal y el mundo compartido: el individuo auténtico que quería ser no se deja reconciliar con las convenciones sociales. Lo que Kierkegaard tuvo que inventar y llamó 'el caballero de la fe' es lo que tanto entonces como hoy se llamaría un fanático religioso, personaje insoportable en el siglo XXI que ya resultaba incompatible con las circunstancias del XIX.

No imaginemos, eso sí, que fue un hombre fuera del mundo. Ya sabemos de sus polémicas públicas, incluso fue caricaturizado en la revista El corsarioSegún cuenta Rebecca Solnit en Wanderlust, su historia del caminar, uno de los grandes placeres del filósofo danés era recorrer las calles de Copenhague. En sus diarios cuenta no sólo que había compuesto todas sus obras a pie, sino que su mente trabajaba mejor rodeada de distracciones, en el variado tumulto de la ciudad, y no cuando estaba aislada. 


Dominio público, vía Wikimedia Commons
Caricaturizado en la revista El corsario.

Søren Kierkegaard murió el 11 de noviembre de 1855, a los 42 años. En menos de dos décadas escribió el grueso de su obra, alrededor de cuarenta libros, y otros tantos artículos de prensa. Vivió en la época de oro de la cultura danesa (fue contemporáneo de Hans Christian Andersen, a quien le dedicó un libro muy crítico). Se nutrió de Sócrates, Pascal, Mozart, Goethe, Hegel. Influyó en Jaspers, Heidegger, Sartre y Unamuno. También en Husserl y Wittgenstein, incluso en el físico Niels Bohr y en el epistemólogo Paul Feyerabend. En Kafka (que lo llamó “mi amigo”), Rilke y muchos otros. Es estudiado en Hispanoamérica (en Chile muy poco). Y, tras la caída del muro de Berlín, su obra llegó a Europa del Este y China. Últimamente ha empezado a ser estudiado en Estados Unidos y Japón.

¿Cómo presentarle, entonces, a Kierkegaard a quien no lo conoce? Responde Carlos Goñi: “He aquí un pensador libre como un pájaro en la rama, pero que te hará temblar. Lee, si quieres comprobarlo tú mismo, Temor y temblor: no te dejará indiferente. No puede ser para menos, tratándose de un libro del cual el propio Kierkegaard escribió en su Diario: ‘Después de mi muerte se verá que bastará Temor y temblor para hacer inmortal un nombre de escritor’”. Aunque también podría ser presentado como un fanático, si seguimos a Cordua. Suponiendo, claro, que el hombre de la espina en la carne haya logrado ser un cristiano auténtico.

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Versión de un artículo publicado en "Artes y Letras" de El Mercurio.