LA MELANCOLÍA FINAL DE SAMUEL BECKETT

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El poeta y académico chileno Bruno Cuneo traduce Sobresaltos (Saposcat) la última, breve y atribulada prosa del autor irlandés. “Es la historia fragmentaria de un anciano que espera el fin en la oscuridad de su pieza y mientras eso sucede va repasando algunas situaciones dolorosas de su vida hasta que su mente se va internando en las sombras”, dice Cuneo.

Juan Rodríguez M.

Hay algo de parodia en la angustia, la tragedia se puede contar con humor. Sobresaltos, la última prosa que escribió Samuel Beckett (1906-1989) es un texto brevísimo, sobre alguien, en el final de su vida, y entonces de su trabajo, que posa la cabeza en sus manos y piensa, duda, intenta decir una última palabra. La obra se publicó en 1988 en una edición de lujo y limitada, con litografías del pintor irlandés Louis Le Brocquy (quien aceptó el encargo luego de que lo rechazara Francis Bacon). “Es como comprarse un porsche para mitigar la angustia”, dijo Frank Kermode en la reseña que hizo del libro en el diario inglés The Guardian

La broma la cita el poeta y académico chileno Bruno Cuneo en “Inefable partida”, el prefacio que escribió para su traducción de Sobresaltos, publicada por la editorial chilena Saposcat (cuyo nombre es el de un personaje de Beckett). Y que incluye, como guiño al porsche original, dibujos de la artista chilena Natalia Babarovic. Fue hace unos cuatro años que Cuneo y Marcela Fuentealba, editora de Saposcat, se conocieron y empezarn a hablar de Beckett. La editorial no existía aún, pero pasado el tiempo, la conversación se transformó en este proyecto.

En Sobresaltos, a pesar de la tribulación, de la angustia o melancolía, y quizás cansancio, el narrador no se compromete del todo con la gravedad del personaje. Hay una escena casi paródica, que Cuneo destaca en el prefacio, de la pose del pensador: “Con este propósito —escribe Beckett— y a falta de una piedra en la que sentarse y cruzar las piernas como Walther no se le ocurrió nada mejor que detenerse y quedarse inmóvil lo que hizo después de dudarlo por un instante y por supuesto inclinar la cabeza a la manera de uno que está en profunda meditación lo que hizo también después de dudarlo por otro instante”.

-¿Hay humor en Beckett?

-En sus primeras obras inglesas el humor, por supuesto, es omnipresente, y llega a ser hilarante, sobre todo en Murphy, con ese talento tan irlandés para las paradojas, los juegos de palabras y de doble sentido que él manejaba a la perfección y que había aprendido también de Joyce. Pero en las obras que empezó a escribir en francés a mediados de la década del 40, el tema del humor es más complicado, porque si bien siempre está presente, es más sombrío que carnavalesco, y más autolacerante que ingenioso. La fuerza cómica de sus textos, además, se fue debilitando conforme avanzaba en su obra y es incluso casi inexistente en sus últimos escritos, que son marcadamente melancólicos. Siempre queda, es cierto, un dejo de ironía, como esa referencia al poeta alemán Walther von der Vogelweide y en la que sugiere que ese melancólico tenía por lo menos una piedra en la que sentarse, lo que me recuerda otro comentario irónico de Beckett a propósito de Kafka: que él por lo menos podía consolarse dedicándose a la jardinería. En general, pienso que tenía razón Adorno cuando decía que el humor de Beckett “debería ahogar más bien a los que ríen” y yo pude observar esto cuando vi La última cinta de Krapp, interpretada por Michael Gambon: todo el mundo se reía de ese hombre revisando las cintas de un pasado doloroso, pero era una risa nerviosa, “una risa sin pulmones”, como diría Kafka.    

Natalia Babarovic / Saposcat

Filósofo y antifilósofo

Samuel Beckett no solo era irlandés, como James Joyce, era contemporáneo de este y trabajó con él. ¿Qué hacer, entonces, para ser escritor sin quedar atrapado en el profuso mundo del autor de Ulyses?  “Me di cuenta —dijo Beckett— de que Joyce había ido lo más lejos que se puede en cuanto a conocer tu material. Siempre estaba agregando. Solo hace falta mirar sus borradores para advertirlo. Me di cuenta de que mi camino era vía el empobrecimiento, en la falta de conocimiento y en sacar, en restar en vez de sumar”.

Y así, sacando, restando, fue como Beckett se hizo un mundo y sumó objetos al universo de la literatura. Novelista, poeta, dramaturgo y ensayista, o simplemente escritor, nació y se crió en Irlanda, pero se radicó en Francia, adoptó el francés (de 1945 es Watt, su última novela en inglés) y fue parte de la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. El reconocimiento como autor lo alcanzó en 1953, cuando se estrenó su obra Esperando a Godot, ese diálogo de locos o tal vez hombres demasiado crédulos, detenidos junto a un árbol, a la espera quizás de qué, tal vez de nada. Antes, en 1951, publicó las novelas Molloy y Malone muere, y el mismo 1953, El Innombrable; una trilogía en la que cada vez más van desapareciendo de la narración las referencias a lugares, tiempos o alguna progresión. Una suerte de viaje interior cartesiano o anticartesiano que va dejando al narrador solo consigo mismo y su absurdo o su desgarro. O nada.

Harold Pinter dijo sobre Beckett: “No quiero filosofía, tratados, dogmas, credos, salidas, verdades, respuestas. Beckett es el escritor con más coraje y menos remordimientos, y mientras más mete mi nariz en la mierda más le agradezco. No me vende nada que no quiera comprar –y no le importa si lo compro o no–, no tiene la mano puesta sobre su corazón. Bueno, tomaré lo que da, porque no deja ninguna piedra sin dar vuelta y ninguna larva abandonada. El entrega una masa de belleza”.

En un ensayo sobre el autor irlandés, J. M. Coetzee dice: “Aunque sea una descripción que él no habría aceptado, es justo considerar a Beckett un escritor filosófico, cuyas obras pueden leerse como una serie de ataques sostenidos y escépticos a Descartes y a la filosofía del sujeto fundada por Descartes. En sus sospechas sobre la axiomática cartesiana, Beckett se suma a Nietzsche y Heidegger, así como a su contemporáneo más joven Jacques Derrida. El interrogatorio satírico al que somete el cogito cartesiano (pienso, luego existo) es tan próximo en espíritu al plan de Derrida de dejar al descubierto las suposiciones metafísicas subyacentes al pensamiento occidental que deberíamos hablar, si no de una influencia directa de Beckett en Derrida, al menos de un sorprendente caso de vibración empática”.

En 1969 Beckett ganó el Premio Nobel de Literatura, “por su escritura, que –en nuevas formas para la novela y el drama– adquiere su elevación en la indigencia del hombre moderno”. Aceptó el galardón, pero se ahorró las palabras y no dio ningún discurso.

Octogenario y triste

Natalia Babarovic / Saposcat

En Cuatro dublineses, Richard Ellman dice que Beckett encarna al artista tal como lo define Joyce en Finnegans Wake; “el artista era «Nadie de la nada», un ser que existía en el vacío de su propia alma saturada de dudas”. En Los comediantes estoicos, Hugh Kenner dice que, en el proceso de interiorización que sigue la literatura hasta llegar a Beckett, en este “terminamos en un mundo oscuro de mera especulación”. 

-¿Estás de acuerdo?  

-Lo de Ellman me hace pensar en un Ulises patético, que en vez de regresar a Ítaca se quedara flotando en un mar de dudas existenciales. Y la frase de Kenner, creo, es una paráfrasis del verso de Eliot que dice “only in a world of speculation”, pero él agrega “oscuro”. Sí, estoy de acuerdo con estas impresiones, pero me gustaría precisar algo. Todo gran artista moderno, como Flaubert, como Joyce o el propio Eliot, arranca de una intuición profunda de la oscuridad de la existencia, de la inadecuación entre el yo y el mundo, e incluso entre el yo y el sí-mismo, o, para ponerlo en términos de Beckett, de la “relación truncada” entre sujeto y objeto que caracteriza al mundo moderno desde que no existe ninguna garantía trascendental que asegure esa relación, un Dios, por ejemplo.

-¿Qué singularidad aporta Beckett?  

-Lo extraordinario de Beckett es que él escogió explorar esa falta de relación, ese núcleo desvalido y oscuro del yo, ese yo fallido y acosado por la nada, con un lenguaje que no escamotease su extrema penuria, y en esto, creo, se diferencia de cualquier otro escritor moderno, por ejemplo de Flaubert o de Joyce, que tenían, es cierto, un sentido muy aguzado del sin sentido del mundo y la estupidez humana, pero al menos creían férreamente en el poder compensatorio de la literatura y profesaban incluso una verdadera religión de la forma, que era algo así como una religión sustituta en la época del “Dios ha muerto”. Joyce, decía Beckett, y de esta intuición arrancaba, era un fantástico manipulador del material lingüístico y hacía que las palabras rindiesen al máximo, mientras que él decía trabajar con ignorancia y con impotencia, sustrayendo más que añadiendo, porque un mundo sin sentido, pensaba, no puede ser representado con un lenguaje pletórico, sino con uno que contenga ese sin sentido y la confusión que de él resulta. 

-Samuel Beckett, a pesar de la dificultad de su obra, fue un autor reconocido en vida, exitoso incluso. A 31 años de su muerte, ¿cuál es el presente de Beckett?, ¿es un autor leído, vigente, o “solo” es un autor de culto, canónico, quizás académico?

-Falta mencionar en tu pregunta que ganó el Premio Nobel, que en todo caso sintió como una verdadera desgracia y por eso James Knowlson tituló su biografía Condenado a la fama. No lo rechazó, como esperaban algunos, porque dijo que no estaba bien despreciar a la gente que te demostraba cariño. Pero sentía que un premio literario de esa envergadura era incompatible con todo lo que había intentado hacer, que no te pueden dar un premio literario por demostrar la extrema penuria de las palabras, sin contar que el premio lo sobrexpondría públicamente y él era extremadamente retraído y tímido. Ahora bien, que ganara el Premio Nobel no ha hecho de él un escritor leído masivamente, ni lo será nunca, porque su literatura no es fácil, en el sentido de que leerlo hace que la inteligencia se oscurezca y se demore, como decía el ruso Sklovsi de la buena literatura, y mucha gente lee más bien para entretenerse y ser confirmada en sus creencias. Pero Beckett es muy admirado por otro tipo de lectores, y en ese sentido está plenamente vigente. Filósofos como Adorno, Deleuze, Badiou, Rosset, Cioran escribieron bellos textos sobre su obra, que ha influido mucho también en escritores como Bernhard, Auster o Coetzee, que incluso hizo su tesis doctoral sobre una de sus novelas. Y claro, si tú lees estos nombres, Beckett podría aparecer como un autor de culto o solo para iniciados, pero yo te diría que Beckett, si uno hace el esfuerzo de leerlo, es un autor más bien transparente, aunque pueda sonar un poco arrogante lo que digo. Lo que pasa es que hay que pensarlo como una suerte de “existencialista abstracto”, que se propuso explorar la nada que subyace a la existencia humana despojándose de todo adorno retórico innecesario, pero también de todo elemento irrelevante al momento de crear sus personajes. Por eso su obra está poblada de payasos andrajosos, de vagabundos medio esquizoides o de ancianos en las últimas. Son figuras humanas despojadas de cualquier elemento accidental –maneras, posesiones, palabras floridas–, pura humanidad desnuda, por así decir, y esto, creo yo, no puede ser oscuro para nadie, aunque sea terrible aceptarlo. 

-¿Cómo lees Sobresaltos?

-El texto tiene dos niveles de lectura. Por un lado, es la historia fragmentaria de un anciano que espera el fin en la oscuridad de su pieza y mientras eso sucede va repasando algunas situaciones dolorosas de su vida hasta que su mente se va internando en las sombras, “se le va yendo la cabeza”, como se dice coloquialmente. Yo traduje este texto, debo decir, ante todo porque vi a mi abuelo en esa situación durante sus últimos días. Tenía 96 años, había enviudado, estaba casi ciego y se pasaba el día esperando, como me dijo una vez, que le llegara el fin de una vez por todas. Su situación existencial era la misma del protagonista de Sobresaltos, e incluso la misma de Beckett, que escribió está prosa cuando era octogenario,  estaba muy triste por la partida de sus mejores amigos y creía que no volvería escribir de nuevo después de Rumbo a peor. Y de aquí el segundo nivel de lectura de esta prosa, que es también una despedida de Beckett de la escritura, un balance de su trayecto como escritor y un último esfuerzo también por avanzar un poco más en su poética del despojamiento, que se trazó muy tempranamente y que mandaba eliminar todo lo accidental o insignificante para acceder al hecho esencial, que es la figura humana real, inerme, desnuda, temblando a la intemperie.



Sobresaltos
Samuel Beckett
Saposcat, 2020, 50 páginas, $8.000.
Traducción y prefacio de Bruno Cuneo, dibujos de Natalia Babarovic.
Disponible en Saposcat.cl
PROSA

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Versión del artículo publicado el 16 de agosto en Artes y Letras de El Mercurio.