MARK FISHER: SUICIDADO POR LA SOCIEDAD

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Elogiado por Simon Reynolds y Slavoj Zizek, este teórico cultural inglés tiene esa maravillosa capacidad de tejer referentes, desde la filosofía a la música, para hablar del presente. Llega un nuevo libro, con textos del blog que lo hizo conocido: K-PUNK (Caja Negra). Dos chilenos, Matías Rivas y Constanza Michelson, comentan sus ideas. 

Juan Rodríguez M. 

Mark Fisher se suicidó en 2017, con 48 años; un año antes había publicado su libro Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, que le dedicó a su esposa -"Zöe"- y a sus padres, "Bob y Linda". Tres años antes había salido Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos, también dedicado a su mujer, y además a su hijo, "George". Tras la muerte de Fisher, uno de sus amigos, el crítico Simon Reynolds, escribió en el diario inglés The Guardian: "El escritor activista, muerto a los 48 años, conectó la estética y la política y luchó contra la depresión".

El tópico "luchar contra la depresión" puede ser, y no, una manera justa de describir la relación de este británico, escritor y crítico cultural, con la depresión que lo afectó desde adolescente. No es justa si se entiende la expresión como una lucha individual entre un enfermo y su enfermedad, mero voluntarismo; es justa, en cambio, si esa lucha también considera un aspecto público, político, en el entendido de que la salud mental nunca es solo ni primeramente la falla de un individuo, sino que el síntoma de una cultura. "Lo personal es político porque no hay nada personal", escribió Fisher. "No hay un ámbito privado al que retirarse".

Esa suerte de axioma se encuentra en K-PUNK - Volumen 1, lo más reciente de Fisher en librerías chilenas, publicado por la editorial argentina Caja Negra (al igual que los títulos mencionados en el primer párrafo). El libro reúne escritos sobre literatura, cine y televisión -siempre para hablar de la sociedad-, muchos de ellos tomados de "k-punk", el blog sobre música, cultura y política que Fisher comenzó a inicios de los 2000 y que lo hizo un referente del circuito contracultural inglés. "Intelectual sin ser académica, popular sin ser populista", así describió su labor.

Academia popular

Graduado en Literatura y Filosofía, pero ajeno a la academia, Fisher nació en 1968, el año en el que la juventud pidió lo imposible, decretó la felicidad permanente y terminó abriéndole paso a la sociedad de consumo. De clase trabajadora, se formó teóricamente leyendo a la prensa musical inglesa de los 70 y 80, a escritores como Ian Penman y el mencionado Simon Reynolds; especialmente la revista NME. "Por ello, mi relación con la academia ha sido siempre difícil", cuenta en K-PUNK. "En las universidades por lo general detestan el modo en que entiendo la teoría -principalmente a través de la cultura popular-. La mayor parte de mis relaciones con la academia han sido literalmente -clínicamente- depresivas".

En los ensayos de Fisher se mezclan filósofos como Spinoza y Derrida, músicos como Joy Division y Amy Winehouse, escritores como Kafka y Ballard, películas como Los juegos del hambre y Toy Story, y series de tv como Life on Mars y Breaking Bad

"A mí me interpela la asociación libre", dice la escritora y psicoanalista Constanza Michelson. "Creo que la creatividad es poder cruzar ideas. A Fisher lo podrán acusar de vanidoso o de pretencioso intelectual; pero yo creo que su gesto es tomar la filosofía y ponerla a jugar con lo masivo, con los contenidos populares, entender que no hay una distancia. Todos estos referentes tienen un mismo estatuto, todo habla de cultura".

El editor de Ediciones UDP y poeta Matías Rivas concuerda: "Los intelectuales librescos, que desconocen la cultura popular, la música, el cine, incluso la gente que cree que el estructuralismo y el posestructuralismo están de baja, todo ellos no pueden leer a Mark Fisher, porque incorpora esos referentes". Desarrollar teorías e hipótesis a partir de ese tipo de ejemplos, cree Rivas, es mucho más ilustrativo y revitaliza las ideas de autores que pueden haberse vuelto manidos: "Hoy el mundo está muy conectado con la música, el cine, con Instagram, con las imágenes. Autores como Fisher son tipos que, siendo filósofos, al buscar fuera de lo libresco hacen un aporte tremendo".

No hay alternativa

Mark Fisher llamó "realismo capitalista" a la creencia, especialmente tras la caída del muro de Berlín, ya no en que el capitalismo sea el mejor sistema, sino en que es la única posibilidad de organización social; guste o no. Puede ser mala, incluso, pero cualquier otra es peor. No hay alternativa. Sí, en el "capitalismo tardío" hay novedad y la vida continúa, de hecho pedaleamos en la bicicleta del frenesí perpetuo; pero ese ímpetu, dice Fisher, es una constante repetición, un tiempo detenido que se expresa -desde la música a la ropa- en la pasión por revivir el pasado. Él da este ejemplo: ¿qué suena más novedoso hoy, qué sorprende más?, ¿Kraftwerk, la banda alemana de los 70, o Arctic Monkeys, los ingleses que debutaron en 2002? O, si aportamos un ejemplo chileno, ¿Los Tres, en los 90, o Los Bunkers en la primera década del siglo XXI?

En la segunda mitad de los 70 -los años de Margaret Thatcher, Ronald Regan y, en nuestro país, Augusto Pinochet- el punk gritó, en voz de los Sex Pistols: "No hay futuro", "no hay futuro para ti"; o no el soñado apenas una década antes: "Somos las flores en el basurero / Somos el veneno en la máquina humana / Somos el futuro, somos el futuro", dice la banda inglesa. 

"La obsesión de Mark Fisher es la misma de autores como Greil Marcus y Simon Critchley: el futuro -dice Rivas-, la cancelación del futuro. Y piensan el punk como síntoma de eso". Según Michelson, "Fisher vislumbra que la tragedia del futuro es que no ha llegado. Hay una suerte de aceleración del tiempo, como si ocurrieran muchas cosas para que finalmente no ocurra nada. En dos segundos apareció el iPhone 4, pero inmediatamente apareció el 5, y el otro quedó obsoleto (ya vamos en el X, en varias versiones). Es una especie de tiempo acumulativo sin quiebre. Esa sensación, me parece, es la que transmite Fisher; una historia que va dando vuelta en banda".

Ahí se cruzan lo personal y lo político. Porque para Fisher la depresión y la impotencia reflexiva son expresión de la falta de futuro, y de lo que se ha llamado la "sociedad del rendimiento". Una suerte de burocracia o "estalinismo de mercado", un sin sentido, dice Fisher, que en este punto hace una lectura sugerente de Kafka y del adjetivo kafkiano: las escenas cómicas que abren "El castillo", el relato del autor judío, "son menos una anticipación del totalitarismo que de los call centers", escribe en K-PUNK. Esos laberintos a los que llamamos para solucionar problemas que en realidad, y lo sabemos, nadie va a solucionar. Tal como en el trabajo hacemos informes y llenamos formularios que -también sabemos- no sirven para otra cosa que no sea poner a prueba nuestra "diligencia burocrática". O sea, para nada. Un totalitarismo no despótico, no asesino, amable que, cree Fisher, es el que verdaderamente revela Kafka.

En la reflexión de Fisher también entran cuestiones como la precarización de la vida, el origen de clase y el resentimiento (que él reivindica). Fisher habla desde el yo, pero no un yo de cara al espejo; habla de sí mismo, sí, de las propias experiencias, pero está hablando de lo humano, haciendo literatura del nosotros; su tema es "la vida humana en su conjunto", dice Reynolds.

"Conozco gente que ha sufrido emociones con los últimos ensayos de Los fantasmas de mi vida", cuenta Matías Rivas. "Textos como 'Bueno para nada' provocan empatía en las personas, se sienten identificados. A Fisher lo está leyendo gente porque está deprimida, lo está leyendo gente porque le gusta la música, lo está leyendo gente por razones políticas; menos los políticos".

Constanza Michelson agrega: "Le devuelve toda la potencia política a la idea de que 'lo personal es político'. Esa consigna de los años 60 y 70, al menos en este siglo, se ha tergiversado en el sentido de que lo que me pasa a mí debiera ser de interés político; quedando más bien en lo testimonial. Pero la potencia de aquella idea es entender que hay padecimientos, incluso del cuerpo, que son impersonales; es el juego contrario a hacer del testimonio tu militancia política, es el ejercicio de desprenderse de un padecimiento entendiendo que es una cuestión sociológica, no tuya".

"La reducción del trastorno mental al nivel químico y biológico, por supuesto, va de la mano de su despolitización", dijo Fisher. "Si Joy Division importa hoy más que nunca es porque ha captado el espíritu depresivo de nuestro tiempo. Escuchen Joy Division hoy y tendrán la ineludible impresión de que el grupo estaba catatónicamente conectado con nuestro presente, su futuro".

Mark Fisher escribió sobre su depresión, dijo que era difícil hacerlo; dijo que en parte la depresión estaba constituida por una voz interior desdeñosa que te acusa de autoindulgencia ("¡bueno para nada!"), una voz que en realidad era, según él, la internalización de fuerzas sociales que quieren negar la conexión entre depresión y política. Antonin Artaud, el escritor francés del teatro de la crueldad, muerto en un manicomio, se refirió a Van Gogh como "el suicidado por la sociedad". Tal vez Fisher sea otro caso.

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Versión del artículo publicado el 9 de junio de 2019 en Artes y Letras de El Mercurio.