UN MISTERIO CIENTÍFICO: SCIASCIA Y LA BOMBA ATÓMICA


Juan Rodríguez M.

El instituto al que llegó el físico italiano Ettore Majorana, en Leipzig, en enero de 1933, estaba entre un manicomio y un cementerio. Tal vez la mejor ubicación para un instituto de ciencias sea entre un manicomio y un cementerio. La ciencia intenta conocer, y sabe mucho, pero en perspectiva universal o cósmica sabe poco, siempre sabrá poco. Uno puede alejarse muchísimo del cero, avanzar, y a la vez no acercarse nada al infinito. De la locura y la muerte tenemos algunas ideas, pero en realidad no sabemos nada; supongo. 

Majorana es el protagonista de La desaparición de Majorana, un libro que Leonardo Sciascia publicó en 1975. El 25 de mayo de 1938, Majorana dejó dos notas suicidas, una para su jefe en la Universidad de Nápoles, la otra para su familia en Roma. Luego desapareció y nunca más se supo de él. La policía cerró el caso, esperablemente, aceptando la hipótesis del suicidio. La familia nunca se resignó, lo creyó vivo, tal vez oculto en algún convento. Sciascia rescató la historia, la convirtió en libro y se jugó, gracias a la imaginación, gracias a la literatura, por la idea de que el físico había decidido desaparecer, ocultarse, para salirse del camino de la ciencia que, como su mente genial quizás previó, conducía inevitablemente al descubrimiento de la fisión nuclear y entonces al desarrollo y uso de la bomba atómica. Porque, claro, controlar una fuerza es lo mismo que usarla, y convertirla en arma es lo mismo que dispararla. 

Ignorante como es uno de la ciencia, de un lenguaje que quienes cultivan comprenden, pero que al ser traducido a la lengua del lego se convierte en algo así como una mística, ignorante, digo, al leer que la tesis con la que se doctoró Majorana en Física Teórica se titula La teoría cuántica de los núcleos radioactivos uno piensa, yo pienso, lo que sigue: qué otra cosa si no literatura se puede hacer con aquello que no se entiende. O sea, con la ciencia, con la muerte, con la locura o con la misteriosa desaparición de un físico. Sciascia, lo dice él, se deja llevar por lo que no sabe, y entonces por qué no decir que la literatura es dejarse llevar por lo que no sabemos. 

Leonardo Sciascia
“No entendemos de números, entendemos de palabras”, escribe Sciascia mientras intenta interpretar las notas suicidas de Majorana; aunque es muy posible que tampoco entendamos de palabras, al fin y al cabo, los números también se escriben en palabras, y quizás por eso sea tan idónea la ubicación del conocimiento entre la locura y la muerte. “Es sabido que la ciencia, como la poesía, está a un paso de la locura, y ese paso era el que había dado aquel joven profesor, arrojándose al mar o al Vesubio, o dándose muerte de una manera más estudiada”. Y uno se pregunta ¿es sabido por quién?, ¿quién es el que sabe? No importa. “Una vez alcanzada la plenitud, la perfección de una obra, una vez revelado su secreto, una vez que se le ha dado forma, es decir que se ha develado un misterio en el orden del conocimiento o de la belleza, tanto en la ciencia como en el arte, no queda sino morir”. El genio ha cumplido su tarea. 

La plenitud de Majorana vivía en la realidad atómica o subatómica; y esa plenitud es la que habría esquivado, evitado, en pos de su propia vida y de la vida de todos. Para decirlo en jerga naturalista, quizá romántica: la naturaleza le revela al ser humano, o se revela a sí misma a través del ser humano, el secreto de la energía atómica; o sea, la fórmula de su propia destrucción... la destrucción del ser humano, por supuesto, no de la naturaleza. 

¿Qué nos dice eso si es que algo nos dice? No lo sé. 

Sí sabemos, gracias a la literatura de Sciascia, que, suicidado o no, Majorana se hizo a un lado de ese progreso. El que de todos modos se alcanzó y deslumbró a Hiroshima y Nagasaki hace setenta y cinco años. Gracias a Estados Unidos. 

La Italia fascista pudo tener la bomba, y más seguramente la Alemania nazi. ¿Qué habría hecho Hitler con ella? 

Llegados aquí ya no es necesaria la literatura, la respuesta a esa pregunta no hay para qué imaginarla, no es necesario dejarse llevar por lo que no sabemos; en medio de tanto misterio, de la muerte, de la locura, del conocimiento, de la belleza, del arte, de la desaparición de un hombre, tal vez esto sea lo único que sabemos: “Hitler -responde Sciascia- habría decidido hacer exactamente lo mismo que hizo Truman: lanzar la bomba contra ciudades enemigas, cuidadosamente, es decir, «científicamente» seleccionadas, y cuya destrucción total se conocía de antemano”. 

La desaparición de Majorana
Leonardo Sciascia
Tusquets, 2019, 104 páginas.