NO HAY HECHOS SINO TRANSFORMACIONES

Mapa mundi de Hajime Narukawa / elpais.com

Juan Rodríguez M. 

La décimo primera tesis que escribe Marx sobre Feuerbach, en 1845, —“Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modo el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”— puede complementarse con esa tesis de Nietzsche, de 1876, según la cual no hay hechos sino interpretaciones. Juntas resultarían en algo como: para transformar el mundo hay que reinterpretarlo, o incluso, hay que seguir interpretándolo. No creer en la literalidad de un orden, del orden actual, por ejemplo, eso que Mark Fisher describe como realismo capitalista: la creencia ya no solo en que el capitalismo es el mejor sistema social, sino en que no hay alternativa, como dijera Margaret Thatcher. 

(Tal vez no haya más que el capitalismo, pero no por eso hay que resignarse y no rechazarlo. O leerlo. Leer, por ejemplo, sus descripciones y sus promesas; sus datos. Por último para realizar la libertad de la imaginación; por gusto y por disgusto. La literatura, decía Levrero, comienza con una imagen. Se refería, creo, a la escritura; pero yo pienso que vale también para la lectura: leemos imágenes, imaginamos imágenes. Una interpretación es una lectura. Y una lectura, como leí en un artículo sobre Derrida, es una desconstrucción. Algo que no tengo idea qué es, y que al parecer ni el propio Derrida tenía muy claro, o muy oscuro. Si sabía lo que no era: las desconstrucción no es un análisis, no es una crítica, no es un método, no es un acto, no es una operación. Es nada y no es todo. Es la imposible tarea del traductor, dijo Derrida. Y yo lo transcribo sin entender. Aunque sí imagino que la desconstrucción es una palabra, y que, como toda palabra, no tiene otros sentidos o sin sentidos que sus usos, que su escritura o su inscripción en un texto, o sea, junto a otras palabras. Así es que sigamos leyendo la novela del capitalismo; esa siempre será una alternativa.) 

No creer en la literalidad de un orden, digo, pero tampoco creer en la literalidad de la propia alternativa, si es que se nos ocurre alguna. Ahora, puede que interpretando y reinterpretando imaginemos alguna; esa es la apuesta. 
El complemento entre Marx y Nietzsche incluso podría invertir la tesis de 1845, tal como ha propuesto Zizek: no se ha hecho, no se hizo en el siglo XX otra cosa que intentar cambiar el mundo (y eso nos llevó a los totalitarismos y luego al capitalismo del fin de la historia), de lo que se trata hoy es de interpretarlo; menos activismo, más pensamiento, o activismo reflexivo, suponiendo que algo así sea posible. Como sea, el complemento de Marx y Nietzsche deja de ser una mera inversión, que nos regresaría a la Europa y quizás el mundo de la primera mitad del siglo XIX, cuando imaginamos que interpretar, pensar, es ya cambiar las cosas, o al menos es la condición de posibilidad del cambio en el mundo de los asuntos humanos; o de algunos asuntos humanos, para ser todavía más cauto. Podríamos decir, incluso: no hay hechos, sino transformaciones. 
Me pregunto, sí, qué quiere decir aquello de regresarnos a la Europa o tal vez al mundo de la primera mitad del siglo XIX; qué quiere decir, digo, escrito en la América Latina de la segunda y ya tercera década del siglo XXI; qué tenemos que ver nosotros, occidentales de segunda mano, con esa historia. Según esa historia, de este lado del mundo estamos fuera de la historia y la cultura, somos algo así como naturaleza. Claro que naturaleza es un concepto cultural, e incluso más, naturaleza y cultura son como el frío y el calor, términos relativos, cuyo sentido depende del otro. Entonces, tal vez, sí somos parte de la historia de Europa, tanto como Europa sería parte de nuestra historia; de hecho, somos el nuevo mundo porque ellos son el viejo, y ellos son el viejo mundo porque nosotros somos el nuevo. 
Somos americanos, es decir, ni nativos ni extranjeros de este mundo; o tal vez nativos y extranjeros de este mundo. Nuestro mundo es esa paradoja o imposibilidad. No debería existir, pero existe, o al menos eso creo. Y lo que existe no es imposible, no puede ser imposible (por eso Dios no existe, por ejemplo). En qué quedamos entonces. No lo sé. Tal vez solo estoy interpretando y hasta sobreinterpretando; soy yo el que dijo que los americanos somos algo imposible, y que yo lo diga no implica que sea cierto, no lo convierte en un hecho. Sí, tal vez se trata solo de un problema de interpretación. ¿Qué cosa? Lo que yo digo de América. Aunque, ahora que lo pienso, quizás América es un problema de interpretación. Y de lo que se trata, recordemos, es de interpretar el mundo, y, por qué no, de interpretar el nuevo mundo. Siempre y cuando sea cierta esa interpretación mía de Marx y Nietzsche, según la cual no hay hechos, sino transformaciones.