JÜRGEN HABERMAS: UN OPTIMISTA DE LA RAZÓN

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Somos animales comunicativos y entonces podemos ser una sociedad que resuelva sus diferencias argumentando. Pensador de la democracia deliberativa, sobre aquella constatación y esa esperanza, el filósofo alemán ha construido una obra que hasta hoy lo tiene opinando, ocupando y enriqueciendo ese espacio humano, la esfera pública, más allá del mercado y el Estado. 

Juan Rodríguez M. 

Después de dos guerras mundiales, y particularmente del calculado genocidio que perpetró el régimen nazi, era difícil volver a tener fe en la razón y la democracia. Sobre todo en Alemania. Max Horkheimer y Theodor Adorno, los líderes de la escuela de Fráncfort, creadores de la teoría crítica, marxistas que alguna vez creyeron en la potencia emancipadora y transformadora del pensamiento, ya solo confiaban en la capacidad de este para comprender que estábamos irremediablemente entregados al capitalismo y la razón instrumental o utilitaria; la fe ilustrada en el conocimiento había llevado a los campos de concentración, también al estalinismo, y en Occidente había instaurado la sociedad de consumo, la racionalización o instrumentalización y administración del mundo.

Un joven discípulo de ellos, Jürgen Habermas, no estaba de acuerdo. Sí, la razón era el problema, pero también podía ser la solución. Miró y reconoció las ruinas de la historia, y sin negarlas se permitió dar una ojeada al futuro e imaginar un mundo mejor; mejor que el que llevó al nazismo, mejor que el de la posguerra y una sociedad solo de mercado. El desaliento no era la respuesta. En 1979, en una entrevista, rechazó "la premisa de que la razón instrumental ha logrado tal predominio que no haya forma de salir de un sistema completamente ilusorio en el que la comprensión la obtienen individuos aislados y únicamente en destellos".

La razón ilustrada, crítica, emancipadora -la libertad, igualdad y fraternidad; la autonomía- todavía era una promesa que se podía cumplir; siempre que fuera colectiva, en diálogo, ya no el logro de un sujeto que reflexiona en soledad.

Acción comunicativa

Cuarenta y un años después de esa declaración, Jürgen Habermas es el filósofo vivo más importante del mundo. Con una fecunda obra que incluye libros como Historia y crítica de la opinión pública, Teoría de la acción comunicativa y El discurso filosófico de la modernidad, por mencionar algunos de los más importantes.

Nacido en Düsseldorf en 1929, el 18 de junio del año pasado Habermas cumplió noventa años. Con ocasión de esa fecha, la filósofa española Adela Cortina escribió una columna en el diario El País; allí dice que Habermas es "un intelectual comprometido con la tarea de fomentar el uso de la razón en el espacio público para construir sociedades abiertas y justas. Tomando lo mejor de distintas tradiciones, ha forjado una propuesta de gran calado, la teoría de la acción comunicativa, que descubre la entraña dialógica de los seres humanos y extrae consecuencias de ella para diseñar una esfera pública polifónica en que se escuchen todas las voces; una teoría crítica de la sociedad, una ética comunicativa, una teoría normativa de la democracia deliberativa; una reflexión sobre el Estado democrático de derecho, necesario para proteger los derechos humanos e inevitablemente posnacional; el proyecto de una Europa vigorosa, comprometida con los derechos políticos y sociales a diferencia de China o Estados Unidos, y un futuro cosmopolita".

En 1971, en su libro Perfiles filosófico-políticos (Taurus), Habermas se preguntó "¿para qué seguir con la filosofía?". Y en parte de su respuesta ya se adivina el criterio dialogante, lejos del genio solitario e individual, que definirá su pensamiento: "se impuso durante el siglo y medio último un tipo de filosofía que se presentaba asociada a maestros (y escritores) de gran influencia; pero se acumulan los indicios de que también ese tipo de pensamiento encarnado en filósofos individuales está perdiendo fuerza", dice, "han tocado a su fin no solo la gran tradición, sino también, como sospecho, el estilo de pensamiento filosófico ligado a la sabiduría individual y a la representación personal".

En ese libro Habermas perfila a filósofos alemanes contemporáneos, entre ellos a Heidegger, uno de esos sabios individuales, con cuyo nazismo debate: "Heidegger ha publicado con el título 'Introducción a la metafísica' su curso de 1935 (...) En la página 152, Heidegger se ocupa del nacionalsocialismo, «de la interna verdad y grandeza de este movimiento (es decir, del encuentro de una técnica de vocación planetaria con el hombre moderno)...». Como estas frases se publican por primera vez en 1953 sin comentario alguno, cabe suponer que representan sin modificaciones el actual pensamiento de Heidegger".

De Hitler a Fráncfort

Habermas fue niño y adolescente en la Alemania nacionalsocialista. Su padre, Ernst, nacionalista y conservador, fue un destacado miembro del partido nazi y funcionario del régimen, y también un militar apresado en la guerra por los aliados. "¿Cómo llegó Habermas a ser, por un lado, el filósofo de la razón comunicativa y, por el otro, el influyente intelectual público?", se pregunta Stefan Müller-Doohm en Jürgen Habermas. Una biografía (Trotta).

Habermas nació meses antes de la quiebra financiera de 1929, en "una República de Weimar sacudida por las crisis económicas y amenazada por intentos desestabilizadores, tanto por parte de la derecha como de la izquierda radicales, y cuyo final ya empieza a perfilarse". Es el mismo año en el que Thomas Mann obtiene el Premio Nobel de Literatura. Y un año antes de que el nazismo se vuelva un movimiento de masas: "La SA (Sturmabteilung, 'Sección de Asalto') crece hasta convertirse en una contundente organización terrorista, y el Partido Nacionalsocialista Alemán de los Trabajadores (NSDAP) se dispone a crear de la nada su propio consorcio de medios de comunicación", escribe Müller-Doohm.

El futuro filósofo crece en una familia protestante, burguesa, en una pequeña ciudad de 18 mil habitantes, Gummersbach, en la región renano-prusiana de Oberberg. Es el mayor de tres hermanos. El 31 de octubre de 1932, Hitler hace un acto de presentación en la ciudad; al año siguiente, el Parlamento alemán le concede el poder total. En 1938 recrudece en Oberberg la persecución contra los judíos: "Jürgen Habermas tenía nueve años cuando en el gimnasio de la escuela de ciclo superior de formación profesional de su ciudad natal se celebra una exposición con el título 'Razas, pueblo, familia en Oberberg', organizada por los maestros locales".

En 1945 Habermas oyó por la radio los juicios de Nuremberg; ese proceso, dijo en 1998, lo convirtió en un hombre de izquierda. Y su fisura palatina lo aisló y generó en él la necesidad de comunicarse, de vincularse con otros, hasta transformar ese motivo en razón de su filosofía. "Habermas confiesa que esta experiencia particular despertó en él 'el sentimiento de dependencia y el sentido de la relevancia del trato con los otros'", se lee en el libro de Müller-Doohm. También, dice el biógrafo, las burlas y las discriminaciones lo "sensibilizaron moralmente para toda forma de marginación y conformaron de modo no irrelevante su pensamiento político".

Esas circunstancias, el nazismo y la fisura palatina, son las fuentes vitales de su trabajo.

Como muchos adolescentes alemanes que crecieron en los años del nazismo, Habermas fue miembro de las Juventudes Hitlerianas (desde 1939 todo joven estaba obligado a ingresar a algunas de las organizaciones del aparato nacionalsocialista); claro que su propia condición, ha dicho, lo hacía poco receptivo a la idea y proyecto de una "raza de señores". "Mi defecto físico hacía imposible que me identificara con la ideología nazi", dijo en 2006, tras ganar un juicio por difamación al historiador Joachim Fest, quien lo acusó de haber defendido el nazismo.

Habermas estudió literatura alemana, economía y se doctoró en filosofía en 1954; aunque su vida laboral la comenzó como periodista en distintos diarios. Lo que escribía llamó la atención de Theodor Adorno, quien en 1956 lo invitó a trabajar en el Instituto de Investigación Social, la escuela de Fráncfort. Ocho años después sucedió a Max Horkheimer como profesor de filosofía y sociología en la Universidad de Fráncfort.

Durante las protestas estudiantiles de fines de los sesenta, Habermas fue un referente intelectual y apoyó las reivindicaciones del movimiento en Alemania. Sin embargo, se opuso a los métodos: como recuerda Stuart Jeffries en Gran Hotel Abismo (Turner), una biografía de la Escuela de Fráncfort, en junio de 1967 Habermas debatió con los líderes estudiantiles Rudi Dutschke y Hans-Jürgen Krahl. El tema era "universidad y democracia"; Dutschke defendía la revolución "por cualquier medio que sea necesario".

Habermas respondió así: "En mi opinión, él nos ha presentado una ideología voluntarista que en 1848 se denominaba socialismo utópico, pero que en el contexto actual (...) es preciso llamar fascismo de izquierdas".

La esfera pública

Cuando usted oye y quizás usa expresiones como "consenso" o "deliberación", probablemente detrás esté, a sabiendas o no, el pensamiento de Habermas. El filósofo chileno Mauro Basaure -director del Doctorado en Teoría Crítica y Sociedad Actual de la Universidad Andrés Bello e investigador del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social, COES- explica que el intelectual alemán asienta sus ideas en una concepción del ser humano.

"La idea fundamental, que desarrolla muy tempranamente, es que nuestra antropología no puede ser definida solo en términos de trabajo. Incluso, para poder realizar las tareas de trabajo tenemos que comunicarnos; entonces somos también, antropológicamente, seres comunicativos", dice Basaure. Viniendo Habermas de la tradición marxista fue importante afirmar que "hay una visión equivocada o reductiva del ser humano, cuando solamente se lo define como trabajador".

Eso que somos, cree Habermas, también determina lo que podemos ser como sociedad. "Cuando empiezas a tratar de entenderte con el otro -explica Basaure-, tienes que someterte a reglas que, si uno quiere mantenerse en la comunicación, tiene que respetar. Y en la medida que las respetes, se puede, dice Habermas, alcanzar el mejor argumento". Ese es su ideal político, democrático: llegar a verdades, siempre temporales, mediante la argumentación racional.

No es que las cosas funcionen necesariamente así: estamos sometidos al poder, se recurre al engaño o a acuerdos de élite en los que no participan los ciudadanos, sí, pero -cree Habermas- puede no ser así. Podemos deliberar, podemos comunicarnos. Y si podemos hacerlo, debemos hacerlo. El mercado y la burocracia estatal son necesarias, pero no suficientes; responden al lado instrumental de la razón, y no deben invadir la esfera comunicativa, política, democrática. Por eso, por ejemplo, nuestro filósofo es crítico del neoliberalismo.

Y de ahí el lugar clave que  le reconoce a la esfera pública, a la opinión pública -una invención moderna, según Habermas-, a los diarios. Por eso, también, siempre ha participado de ella, desde aquel debate universitario en los años sesenta hasta sus reflexiones sobre los peligros de la biotecnología, pasando por la disputa por cómo debe recordarse el pasado nazi, y sus ideas sobre internet y las redes sociales. También el futuro de Europa, de cuya unidad es un férreo defensor, como también es crítico de su déficit político y democrático.

Basaure cree que "Habermas tiene una gran virtud, su escritura académica, sus libros, es súper difícil; pero tiene una pluma que está dedicada al espacio público. Él mismo se transforma en actor, como parte de su teoría, del debate público". 

No es raro, entonces, que Habermas haya sido muy importante para los procesos de transición a la democracia en España y Chile. Particularmente la idea de diálogo, dice Basaure, "aunque después fue un poco mal entendida, porque se perdió la dimensión crítica, era solo consenso. Pero la idea habermasiana de consenso -bien o mal entendida- de alguna manera, tanto en Chile como en España, fue relevante para esos procesos de transición".

Y sigue siendo relevante, si no queremos rendirnos al desencanto posmoderno. En 1980, cuando recibió el Premio Adorno, Habermas hizo una pregunta que hoy podemos volver a plantear: "¿Debiéramos seguir aferrándonos a las intenciones de la Ilustración por muy fragmentadas que estén, o sería preferible abandonar el proyecto de la modernidad por completo?".

Patriotismo constitucional

Stefan Müller-Doohm muestra que, a partir de su infancia, de lo personal y social en ella, Habermas desarrolló un pensamiento y un compromiso político que, primero, no olvida la responsabilidad de una generación con el nazismo, intenta comprenderla sin justificarla, y desde esa conciencia, construir una comunidad política asentada en la razón e instituciones cada vez más democráticas, participativas, en un bien común debatido y definido en conjunto, según los tiempos de la política, no de la economía.

De ahí el llamado "patriotismo constitucional" que defiende este hombre que creció entre las ruinas alemanas y con dificultades para comunicarse. Un patriotismo que no es cultural, ni nacional, ni racial, sino plural; un orden que se hace legítimo y cohesiona porque es democrático: "Un enlace con principios constitucionales universales arraigados en convicciones", dice Habermas, la "aprobación de un orden político constituido por derechos de autodeterminación y de su delimitación frente a una idea de orden de una 'comunidad de destino' étnica, cultural, colectiva".

En 1994, recuerda Jeffries, Habermas respondió así cuando le preguntaron por su utópica idea de una sociedad que debate para llegar a un consenso político: "si he preservado un pequeño jirón de utopía, ese ha sido la idea de que la democracia -y su lucha pública por lograr su mejor forma- pudiera cortar el nudo gordiano representado por unos problemas que de otra manera serían insolubles. No digo que vayamos a lograrlo; ni siquiera sé si tal cosa es realmente posible. Pero tenemos que intentarlo, precisamente porque no lo sabemos".

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Versión de dos artículos, uno publicado en "Artes y Letras" de El Mercurio, el 4 de agosto de 2019; el otro, en la sección de Cultura del mismo diario, el 25 de mayo de 2020.