VANIDAD, ARTE Y FILOSOFÍA: TRES ENTREVISTAS A CARLA CORDUA



Rescato tres entrevistas a la filósofa chilenas, publicadas en Artes y Letras de El Mercurio, en los años 2016, 2018 y 2019. Sobre traducciones que hizo de Wittsgenstein y Nietzsche, publicadas en la editorial Tácitas; y sobre su libro de aforismos De todas layas (UDP).

Contra la vanidad del hombre contemporáneo

Ediciones Tácitas publica Observaciones sobre La rama dorada de Frazer, un libro en el que el filósofo austriaco fustiga al cientificismo que es incapaz de ponerse en el lugar de otras culturas y juzga todo en términos de verdad o falsedad. La traducción, introducción y notas son de Carla Cordua: El discurso vulgar sobre el hombre moderno es pura alabanza, dice.

Juan Rodríguez M. 
16 de octubre de 2016

Donde veía estupidez, ponía la bala. El filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein la vio en James George Frazer; y este no se salvó. Nacido en 1854 y muerto en 1941, Frazer fue un antropólogo británico conocido por los doce volúmenes que publicó entre 1890 y 1937 bajo el título La rama dorada: un estudio sobre magia y religión. Se trata de un estudio de religión comparada, muy influyente en su momento, en el que el autor pretende descubrir los elementos comunes de las creencias y trazar la evolución desde las más antiguas o "primitivas" hasta los sistemas más complejos, o sea, desde las prácticas mágicas hasta las religiones establecidas, como el cristianismo, y desde ahí al pensamiento científico.

El título del libro proviene de una antigua práctica en la que un sacerdote ungido como "rey del bosque" accede a esa dignidad tras un ritual que incluye arrancar una rama -la rama dorada- de un árbol del bosque sagrado. Algunos críticos acusaron a Frazer de promover esa creencia, o eso se desprende de lo que escribió el etnólogo en un volumen que compendia su obra: "Espero que después de esta recusación explícita no seré ya acusado de abrazar un sistema de mitología que juzgo no solo falso, sino hasta ridículo y absurdo".

Wittgenstein (1889-1951) -tal vez el más fundamental pensador en el ámbito de la lógica y la filosofía del lenguaje, autor del Tractatus logico-philosophicus y de las Investigaciones filosóficas- fue uno de los muchos lectores del trabajo de Frazer. O un conocedor de oídas, puesto que en el período entre las dos guerras mundiales un amigo le leyó pasajes de La rama dorada mientras el filósofo anotaba sus observaciones; aunque luego él mismo sí revisó el volumen resumido. Ambos materiales se publicaron de manera póstuma. Así lo cuenta la filósofa chilena Carla Cordua (Los Ángeles, 1925) en la introducción que escribió para su traducción de Observaciones sobre La rama dorada de Frazer, publicada por Ediciones Tácitas. "Wittgenstein toma partido: contra Frazer y a favor de los antiguos básicamente mal comprendidos por este cultivador de las ciencias modernas", explica Cordua en la introducción.

Por ejemplo: "¡Qué estrecha la vida espiritual de Frazer! [...] qué imposibilidad de comprender otra vida que la inglesa de su tiempo. / Frazer no puede imaginarse un sacerdote que no sea, en el fondo, un párroco inglés de nuestro tiempo con toda su estupidez y laxitud". "El disparate consiste [...] en que Frazer lo presenta casi como si estos pueblos hubieran tenido una idea completamente falsa (incluso demente) del curso de la naturaleza, mientras que ellos solo poseían una interpretación curiosa de los fenómenos. Esto es, su conocimiento de la naturaleza, si lo hubiesen puesto por escrito, no se habría diferenciado del nuestro de manera 'fundamental'. Solo su magia es distinta".

Una revelación

En veinticinco siglos de existencia, la filosofía nunca se había dado cuenta de que dependía del lenguaje, de sus virtudes y defectos; hasta que Wittgenstein puso el dedo en la llaga. Sentada en el living de su casa, en Las Condes, Carla Cordua cuenta que eso fue lo que le atrajo de su pensamiento: "Hoy todo el mundo sabe esto, pero hubo un momento, vamos a decir en el primer cuarto del siglo XX, en que fue una revelación", dice sobre el autor que conoció en los años sesenta y que probablemente sea uno de los que más ha estudiado. Como testimonio de ello se pueden citar el prólogo que escribió para la Conferencia sobre ética, publicada también por Ediciones Tácitas, y sobre todo su Wittgenstein, un estudio aparecido por primera vez en 1997, con una versión revisada y más extensa que publicó en 2013 Ediciones UDP. Sin embargo, Cordua aclara que en el caso de los comentarios al libro de Frazer, no estamos frente al Wittgenstein filósofo: "Él está hablando como un lector, como podría ser usted o yo, que reacciona a lo que dice el autor". Y ya vimos, reacciona mal: "Hay que tener en cuenta que él tiene una idea muy negativa de la ciencia moderna. Por ejemplo, es un crítico implacable de Freud y también de Darwin. Wittgenstein no es un modernista, no es una persona que simpatice con la cultura actual; por el contrario, la encuentra completamente abominable".

-¿Por qué?
-En el caso de las ciencias modernas, sobre todo si se refieren al hombre, encuentra que el orgullo que muestra el científico frente a los llamados primitivos, a los que mira en menos, no tiene razón de ser. Cree que el abismo que se pone entre la mente moderna y antigua está hecho enteramente de la vanidad del científico. No hay ninguna razón para despreciar a esa gente, ellos viven en circunstancias profundamente diferentes a las de la vida moderna, en condiciones silvestres, y se las arreglan en ese mundo que es el suyo, y que no es el de Frazer. Le parece que Frazer es un viejo loco envanecido por esta diferencia, y lo desprecia porque piensa que tiene la obligación, como científico, de comprender a su objeto, y no lo hace, sino que lo insulta tratándolo como un pobre infeliz que está a millones de kilómetros de un hombre moderno.

-Por eso dice que la magia de esos hombres simplemente es distinta de la nuestra.
-Claro, hay que ver cómo son las religiones que respetamos. En la misa el cura se come el cuerpo y se toma la sangre de Cristo... ¿Ha visto algo más primitivo?, ¿hay motivos para que despreciemos a los primitivos? Wittgenstein diría "jamás".

Carla Cordua no dirá lo que viene a continuación utilizando un tono patético o sentido; ni siquiera se advierte cinismo; de hecho, cada tanto se ríe. Como a lo largo de toda esta conversación, será una profesora que expone. Digamos que lo suyo es lucidez, aunque alguno hablaría de pesimismo.

-Usted escribe en la introducción que las "explicaciones que damos a lo que sucede no proceden siempre de las ciencias".
-Wittgenstein va a ser tremendamente severo sobre todo intento de los hombres de sentirse felices con lo que tienen, porque lo encuentra muy insignificante. La cultura contemporánea es una cultura que halaga todo el tiempo al hombre; se habla de los grandes inventos, del progreso, la democracia, los derechos humanos -que no se respetan en ninguna parte, pero eso se deja para el otro día, eso no hay para qué echarlo en cara. El discurso vulgar sobre el hombre moderno es pura alabanza, o peor, puro blablá que le levanta el ánimo a la gente. Bueno, todo eso no corrige para nada la miseria del plazo que es dado al hombre entre el nacimiento y la muerte. Dicen que hoy se viven como diez años más, pero están dedicados a ir a la farmacia y pagarles a los médicos  (ríe).

-No basta la ciencia...
-No solo no basta, sino que hay una inflación de su significado para la condición humana, que no ha cambiado ni un pelo. La condición humana es miserable de todas maneras. La tecnología está ahí, en parte, para dorar la píldora, para consolarnos de muchas cosas que se dejan administrar de una manera que las hace más llevaderas. Pero no debemos perder de vista el hecho de que, básicamente, somos los mismos, somos muy parecidos a esos primitivos que Frazer desdeña. Hacemos cosas demasiado parecidas, y Wittgenstein no se deja convencer sobre las maravillas del mundo moderno, que es espantoso en muchos aspectos, y que no tiene remedio. Si no, mire todas las guerras que están andando en este momento; en Siria el Presidente acepta gases de Rusia para matar a sus propios ciudadanos. Si uno mira con un poco de lucidez las cosas hay que reconocer que la vida humana es bastante atroz, ¿verdad? Wittgenstein es muy lúcido en ese punto, incluso es un poco demasiado deprimido (ríe), también se podría decir eso. Pero no es un amigo de lo moderno, eso es algo que hay que tener presente para poder acompañarlo en su crítica de Frazer.

-Además, para Wittgenstein las creencias no pueden ser verdaderas ni falsas, y juzgarlas así lleva a confusión.
-La fe no es una cuestión teórica, es una confianza no examinada por mí desde el punto de vista de su posibilidad de ser. Lo que pasa es que hoy somos muy intelectuales, y aun los artículos de fe los sometemos a la prueba de verdad, pero es un trato equivocado. Por ejemplo, cuando muere alguien cercano, muchas veces se dicen cosas como "no me consuelo por haber perdido a mi hermana, pero siento que tengo a alguien que está cerca de Dios y que me va a ayudar cuando lo necesite". Así habla la gente de sus muertos, pero no es que tenga una teoría según la cual la hermana que desapareció está sentada a la derecha de Dios, sino que tiene un revoltijo de cuestiones que nunca ha examinado críticamente, pero que la alienta, que le permite seguir viviendo... lo que a veces es difícil.

-Y no tiene sentido examinarlas críticamente.
-Exactamente. Las teorías tienen que cumplir con ciertas exigencias lógicas y gramaticales, de lo contrario no son teorías, son otra cosa: esperanzas, ilusiones, creencias, maneras de tener fe en el futuro o de sentirse protegido. La gente que tiene figuras de santos en su velador o que le habla a la Virgen María está alimentando una fuente que le da valor para seguir viviendo. Tratar eso como teoría es pura incultura, sobre todo incultura lingüística, pues reflexionamos poco sobre el uso que hacemos del lenguaje. Esa es la reclamación de Wittgenstein.


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Nietzsche o la vida como arte y tragedia


La filósofa seleccionó, tradujo y publicó con el título Sobre arte y artistas (Tácitas) fragmentos póstumos de Nietzsche. En ellos hay mucho más que una teoría del arte: es una concepción del mundo que Cordua aprueba, cuando cuestiona al cientificismo, y rechaza, cuando glorifica la lucha.

Juan Rodríguez M.
9 de diciembre de 2019

Carla Cordua (Los Ángeles, 1925) aprendió alemán para estudiar la filosofía alemana. Era una joven universitaria, y entre los autores a los que quería leer estaba Friedrich Nietzsche (1844-1900). Cordua comenzó en 1948 sus estudios de filosofía en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile y en 1954 se tituló como profesora. Sesenta y cuatro años después, esta ineludible filósofa, premio Nacional de Humanidades, con una carrera en Chile y el extranjero, autora de libros sobre Wittgenstein, Sloterdijk y Heidegger, y de ensayos como Ideas y ocurrencias, Cabos sueltos, Partes sin todo, Pasar la raya y Apuntes al margen; esta filósofa, decimos, publica una traducción de fragmentos póstumos de Nietzsche, seleccionados por ella, con el título Sobre arte y artistas (Ediciones Tácitas).

Nietzsche, recordemos, es ese inasible filósofo que constató la muerte de Dios, que se llamó a sí mismo el anticristo, que anunció el nihilismo como sello de nuestro tiempo y que vio la vida como arte o al arte como una expresión de la vida: "La vida sin música sería un error", llegó a decir en El crepúsculo de los ídolos. Y en uno de los textos traducidos por Cordua se confirma esa idea: "Tenemos el arte para que la verdad no acabe con nosotros".

El sufrimiento como placer

En 1872, con 26 años, cuando todavía era un filólogo y recién se asomaba a la filosofía, Nietzsche publicó su primer libro, El origen de la tragedia (o El nacimiento..., dependiendo del traductor). En él, influido por la filosofía de Schopenhauer y la música de Wagner, desarrolla una "metafísica de artista" que reconoce en los dioses griegos Apolo y Dionisio la expresión de las dos fuerzas que rigen la vida: el orden y el desorden, respectivamente, o la claridad y la embriaguez, si se prefiere. Lo grandioso de la tragedia ática, ese género literario o teatral desarrollado en la Antigua Grecia, es que concilia esas dos fuerzas: hace arte, hace bello (Apolo) el dolor o caos (Dionisio). La tragedia, dice Nietzsche, es una gran afirmación de la vida.

Cerca de una década después, cuando ha roto su amistad con Wagner y transformado su amor por Schopenhauer en diatribas, Nietzsche critica su primer libro, lo metafísico, idealista y romántico que había en él. Sin embargo, la pareja apolíneo/dionisíaco permanece en su vocabulario para describir ya no esencias metafísicas, sino lo que podríamos llamar las expresiones de la vida, particularmente de la humana: desde el arte hasta la moral, pasando por las ciencias y en general la cultura. Nietzsche juzga la vitalidad de esas expresiones: la vida es arte, y será vital aquello que reafirme la vida, su creatividad, con lo bueno y lo malo. En cambio, lo que busque la estabilidad, que niegue o se evada de la parte oscura de la realidad, será decadente. "De lo que se sigue", dice Nietzsche, "contando en grande, que la preferencia por cosas dudosas y terribles es un síntoma de fuerza; mientras que el gusto por lo bonito y lo gracioso le pertenece a los débiles y delicados. El placer con la tragedia caracteriza a los tiempos y los caracteres fuertes: su non plus ultra es tal vez la divina commedia. Son los espíritus heroicos los que se aprueban a sí mismos en la crueldad trágica; son suficientemente duros como para sentir el sufrimiento como placer ".

Según Cordua, Nietzsche conserva la pareja de Apolo y Dionisio "para expresar la fuerza de la realidad. Para él, y esto será así durante toda su vida, la realidad es inquieta. Él es un anticristiano nato, porque no hay un mundo hecho, sino que un mundo que está hirviendo y haciéndose todo el tiempo de nuevo. Es un mundo que cambia, que se inclina hacia un lado o hacia otro". O sea, un mundo deviniendo. "En esta postura politeísta primitiva no hay un estado del mundo que tenga, digamos, el sello de un ser perfecto, todopoderoso. Nietzsche sigue usando este vocabulario porque no cree en un mundo estable, no cree en un mundo que tiene el sello del poder divino. Aquí hay un concepto de que el mundo no está hecho del todo, ni siquiera el hombre".

-¿Nietzsche ve la vida como arte, en el sentido de crear, destruir, transformar?
-Exactamente. Y con estos rasgos que en el fondo son contradictorios, porque, por ejemplo, la vida que comienza es la misma vida que está destinada a morir, la vida que puede tener poder e influencia en un cierto momento es también la que se apaga y es derrotada y desaparece. Y como todo está en movimiento y todo está haciéndose, Nietzsche se permite una lógica que es bastante liberal, porque admite también que lo que acaba de definir, digamos, se "desdefine" en una situación distinta. Por eso es que yo, al leer esto de nuevo, como usted iba a venir, pensé "pero qué horror, esto es bastante difícil" (ríe).

Embriaguez y digestión

Detrás de nuestra vida consciente y civilizada hay un abismo de fuerzas que nos gobiernan. Esto no lo dice Freud, o no todavía, sino que Nietzsche. Esa concepción está en los fragmentos de Sobre arte y artistas, en particular cuando habla de la embriaguez y la ensoñación como estados artísticos; es más, dice que la excitación que lleva al arte es la misma que la excitación sexual. "Nietzsche entero es un autor que trata de revelarle a su lector que las acciones son algo más complicado de lo que cree -explica Cordua-, que hay un subsuelo que no está siendo pensado ni planeado ni querido propiamente por la voluntad, sino que está actuando sobre la conducta del individuo sin que este tenga noticia de ese subsuelo".

Todo bien, muy actual, hasta correcto: no somos solo razón o mente, de hecho no lo somos fundamentalmente. Hay que valorar el cuerpo, los sentimientos, las emociones. Pero Nietzsche no tendría un lugar en la historia cultural si no incomodara. "Nietzsche nos obliga a considerar que puede haber una cosa muy valiosa, por ejemplo, en la excitación que produce derrotar a un enemigo", explica Cordua. Y es que para este filósofo, la vida se la acepta toda o no se la acepta; de ahí su crítica al cristianismo, que recorta la vida, niega lo que le duele: "El entusiasmo excesivo por el combate, la pelea, la guerra, a mí me parece siempre sospechoso, pero a él no. Porque él entiende que la vida es algo que se está afirmando siempre en cada uno de sus ejemplares, cada una de sus formas", dice Cordua.

-También es crítico con la ciencia.
-Nietzsche no tiene ni un respeto hacia la ciencia. Piensa que es un grave peligro esto de investigar verdades sobre partes, y que el entusiasmo por encontrar una verdad nueva haga que el científico se olvide de que no está hablando de ningún todo, sino sobre un aspecto de las cosas. En cambio, dice él, tenemos el arte, que no brega nunca con pedazos, sino que siempre con la totalidad. Por eso habla de estos dioses, de estas fuerzas o poderes que son la sabia del arte. Si somos cientificistas y admiramos la verdad científica, estamos matando en nosotros toda esta parte instintiva, vital, entusiasmada, embriagada, la estamos subordinando.

-¿Y usted está de acuerdo?
-Bueno, tengo una fuerte tendencia a admirar el arte. A mí, la literatura es una cosa que me encanta. Y, luego, encuentro que en esa reclamación de Nietzsche hay una alerta importante. Importante para la vida. Claro, siempre se puede ver a la vida como amenazada por la destrucción, por la muerte, pero mientras la vivimos, por cierto que la queremos profunda, interesante, embriagada (sonríe) como dice Nietzsche; y no meramente partida en pedacitos y objeto exclusivo de escrutinio intelectual, sin sentimientos ni entusiasmo.

-Empobrecida.
-Empobrecida, claro. La ciencia no goza en este autor de mucho respeto. Para conocer con exactitud, la ciencia mide, pesa, analiza la vida en los diferentes elementos que la componen. Todas esas operaciones reducen la vida para verla con claridad. Esa es la verdad que nos puede matar, según Nietzsche. No es la verdad del entusiasmo, embriagante o qué se yo. La ciencia es algo de la inteligencia aislada. Por ejemplo, no nos interesa que el científico tenga buena digestión, en cambio para Nietzsche tener buena digestión es una cosa estupenda, porque ahí es cuando se le ocurren cosas al que inventa.

-Bueno, en uno de sus libros Nietzsche dice que la filosofía alemana es culpa de la cerveza...
-(Ríe) ... Exactamente, agriada...".

-Producto de una indigestión...
-¡Absolutamente! Esa es la diferencia. No simpatiza con la inteligencia científica, definitivamente. Ni siquiera como elemento predominante en la vida de una persona. Einstein no hubiera sido admirado por Nietzsche, seguramente que no. A pesar de que inventó bastante cosas.


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Filosofía en tiempos sin futuro


A partir de notas al margen y la relectura de Ortega y Gasset, la filósofa chilena construye un libro sobre contingencias como la vida y la muerte.

Juan Rodríguez M.
31 de maro de 2019

A Carla Cordua (Los Ángeles, 1925) hay palabras que le parecen concluyentes. Por ejemplo estas, de T. Snyder: "Un nacionalista nos anima a ser la peor versión de nosotros mismos...". Las cita en su nuevo libro, De todas layas (UDP), que comienza con estas palabras, ahora de la propia filósofa: "El filósofo [...] no será ni cristiano ni budista, ni de derecha ni de izquierda. Como se atreve a pensar de veras tratará de llegar a fondo y de mantenerse en el subsuelo de las evidencias circulantes. Por lo tanto, tampoco podrá ser o policía o bombero ya que logrará convertirse, hasta cierto punto, en un recién nacido".

-¿Se siente una recién nacida?
-No, en absoluto. Lo que quería decir con eso era que al filósofo se le pide que no esté especializado, que no sea un profesional de esto y de lo otro, sino que sea verdaderamente universal en su manera de pensar. Se le está pidiendo que sea anterior y superior al mismo tiempo a todas las formas limitadas de inteligencia, de carácter, de preferencia, porque esas están todas manchadas por la limitación; un tipo de inteligencia universal que es capaz de ser justo, al mismo tiempo, con todas las cosas. Eso no es algo que nosotros podamos entender tan fácilmente. En ese sentido, me estoy riendo un poco de un ideal de universalidad filosófica que no es realizable para los seres humanos. Como se ha visto por lo demás en la historia de la filosofía, en la que apenas nace un filósofo declara equivocados a todos los anteriores y se pone a pelear con ellos. Se busca una universalidad que ya no pueda ser criticada, pero eso es igual que nada, se parece demasiado al vacío, ¿verdad?

La filosofía soy yo

En el living de su casa, rodeada de libreros y ventanales, Cordua dice que no tiene ni un respeto por los libros como objeto, que lo que importa es el contenido; por eso los marca. "Yo todos los rayo, los escribo, los anoto. Y luego me sirve. Me sirve porque me ayuda a recuperar la reacción que he tenido". A partir de esas notas hizo sus libros Cabos sueltos, Apuntes al margen y, ahora, De todas layas. En este hay reflexiones sobre actualidades e inactualidades varias, como la filosofía, la poesía, el feminismo, la migración, la vida y la muerte, la vejez, la historia y el progreso, el pasado y el futuro, Kafka, Borges y Mistral, entre otros asuntos.

Sin embargo, Cordua dice que De todas layas tiene una diferencia con sus otros libros de notas: "Yo le metí a este unas consideraciones más largas, con una sorpresa que tuve como lectora. Participé de un congreso que hubo sobre Ortega y Gasset. Nunca me interesó demasiado, pero ahora sí. Ahora le vi un lado nuevo".

-¿Qué le interesó?
-Lo cerca que está de la situación actual de la filosofía. Cuando Ortega dice que la filosofía es una cosa personal y no algo así como estar enchufado con la sabiduría universal, eso me pareció sorprendente, porque la situación de la filosofía hoy está tan caótica que cada uno hace lo que le parece. Y en ese sentido, aun cuando él no sostenga la opinión de que la filosofía es algo ultrapersonal, la practica como si lo creyera. Y eso no era así cuando Ortega era periodista y escribía en el diario de su papá; o sea, es una opinión que rompe con una tradición de veinticinco siglos, según la cual la filosofía es como una revelación de verdades universales.

-Y con un canon.
-Exactamente. Vi que Ortega hablaba sobre la situación actual de la filosofía, en la que cada uno hace lo que le da la gana, y no se siente culpable ni endeudado con los cientos de años que han pasado desde que existe la filosofía, sino que la combina con la psicología, las ciencias naturales, las matemáticas, con lo que quiera. Esa arbitrariedad hace que se puede hablar de filosofía si usted se dedica a estudiar la vida de las ostras, por ejemplo, y de repente este "ostrólogo" declara que él en realidad es un filósofo. Yo le tenía una gran antipatía a este caos, pero encuentro que Ortega lo previó al afirmar que la filosofía es una empresa estrictamente personal. El tema central de la filosofía soy yo y mis circunstancias, como decía él.

Entonces, si seguimos a Cordua, hoy la filosofía está lejos de ser el progreso de la razón, que lleva desde la antigua Grecia hasta Hegel y su espíritu absoluto. "He dedicado seis años de mi vida a estudiar a Hegel -dice- y me siento perfectamente ubicada en él, pero verdaderamente hoy un pensamiento así no sería posible. Uno se pregunta cómo es que llegamos a este desorden magnífico, y la única explicación que se me ocurre es que todos hemos leído a Nietzsche, y después de esa lectura (se ríe) naturalmente ha quedado este desorden. Yo misma soy muy aficionada a leer los libros de Sloterdijk, que es un tipo de un libertinaje increíble, que escribe lo que le da la gana. Esa es la situación".

-Hay una reflexión que se repite en su libro, sobre la pérdida del sentido de promesa del futuro. ¿A qué lo atribuye?
-Hacia la mitad del siglo XIX, el futuro fue un verdadero objeto de esperanza: todo se iba a arreglar, estábamos progresando mucho y la política podía cambiar y ser un instrumento que les permitiría a los hombres lograr una vida más fácil mediante la técnica. Esa esperanza infantil que dominó la primera mitad del siglo XX hizo crisis hacia el centro del mismo con las dos guerras o, si las juntamos, con la gran guerra mundial en la que Europa se despedazó. El progreso técnico mostró su lado siniestro, porque se puso sin pedir permiso al servicio de los poderes políticos más destructivos que existían en ese tiempo. El progreso técnico mostró su cara terrorista. La técnica es muy simpática si uno piensa en las computadoras y en esto y lo otro que ayudan tanto, no vamos a negarlo, pero tiene un lado terrorista, que es la fabricación de medios de destrucción. Cuando se corta la celebración impensante de la técnica le ocurre algo al ideal del futuro, porque ya nadie cree que la técnica vaya a seguir avanzando sin que avance también para los perversos. La técnica sirve al mal con tanto entusiasmo como sirve a los médicos o a los ingenieros bien intencionados. Es útil y terrorista al mismo tiempo.

-Como epígrafe del libro eligió unos versos de Octavio Paz: "Se abre, flor doble, el mundo: / tristeza de haber venido, / alegría de estar aquí". ¿Por qué?
-Ese epígrafe lo elijo porque siento que expresa algo que para mí es muy personal e íntimo. Estoy convencida que sería mejor no haber nacido, y una vez que uno ya nació, no le queda otra que contentarse con esa posibilidad (ríe)... Por lo demás, tampoco es una tarea tan difícil (vuelve a reír). Nunca había visto un verso tan económico, que expresara esta dualidad sentida para mí. Como dicen los hindúes, es mejor estar sentado que caminando, y mejor es estar acostado que sentado, pero lo mejor de todo es estar muerto (ríe), porque ya no tiene problema alguno. Expresa esa dualidad, ¿verdad?, de estar vivo y tal vez no siempre lamentarlo, pero de considerar que estar muerto es una gran cosa... ¿Eso a usted le parece algo muy arbitrario?