LOS POETAS QUE DAN VIDA A HAROLD BLOOM

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Editado por Páginas de Espuma, llega a Chile Poemas y poetas, un libro en el que el crítico estadounidense vuelve a poner en juego su teoría de las influencias y que -según el subtítulo- promete ser el "canon de la poesía". Un censo cargado a lo anglófono, que del lado hispanoamericano solo considera a Neruda y Paz, y que deja fuera a indudables como Dante y Goethe. Sobre eso, sin embargo, predomina su comprensión de la "irreductibilidad del hecho poético", como dice Raúl Zurita. 

Juan Rodríguez M.

La cincuentenaria labor crítica de Harold Bloom (Nueva York, 1930) es la de un hombre que pregona la muerte de la literatura por culpa de las pantallas, Harry Potter y Stephen King; que no cree en ningún historicismo, que canoniza sin contexto, salvo la misma obra, sin importar su valor social, cultural, histórico o político. Es, en fin, la labor de un hombre de ochenta y cinco años que hace ochenta y uno se enamoró de la poesía, cuando sólo leía yidis; que aprendió de manera autodidacta el inglés, leyendo poesía angloamericana. Que a los diez y doce años empezó a amar a William Blake y Hart Crane, dos poetas que lo condujeron a Shelley, Wallace Stevens, Milton y, al final, a Shakespeare, el “inventor de lo humano”, según el título de uno de sus libros.

Cuando se lee a Bloom hay que tener en cuenta esos antecedentes. Ese es el contexto en el que hay que situar su labor como crítico, desde La creación de mitos en Shelley (1959) hasta The Daemon Knows: Literary Greatness and the American Sublime (2015, aún no traducido al español), pasando por más de una veintena de libros, entre ellos tal vez los dos que más explican su celebridad: La angustia de las influencias (1973) y El canon occidental (1994).

También es el contexto de Poemas y poetas. El canon de la poesía. El volumen es parte de la Bloom’s Literary Criticism, una colección en seis tomos, dirigida y presentada por el propio Bloom, que reúne su trabajo como escritor (desde breves notas a extensos ensayos), de la que se han publicado en español Cuentos y cuentistas, Ensayistas y profetas y Novelas y novelistas.

El inglés, sobre y antes que todo

Si una lengua es una nación, a la que conforman Gran Bretaña y Estados Unidos podríamos llamarla “Angloamérica”. Para Bloom, cuando se trata de literatura, Angloamérica está sobre y antes que todo, y Poemas y poetas es una ratificación de ese dogma: de los cincuenta y seis canonizados, cuarenta y nueve tienen su casa en el inglés. Los extranjeros ungidos son un ruso (Pushkin), un italiano (Petrarca), dos hispanoamericanos (Neruda y Paz) y tres franceses (Baudelaire, Rimbaud y Valéry). De alemanes nada (ni siquiera Goethe, Hölderlin o Rilke); tampoco están Dante, Mallarmé, Lorca, Pessoa, Kavafis o Vallejo, por nombrar a algunos.
La arbitrariedad se atenúa si consideramos que el subtítulo “canon de la poesía” es un agregado de la edición en español. En cambio, si tomamos el libro como un canon anglófono, Antonio Rivero, traductor del libro, piensa que la selección es equilibrada en cuanto a los nombres, y caprichosa en cuanto a la extensión y el tratamiento. “Así, apenas dedica unas páginas a Shakespeare, o al tratar de la poeta puritana norteamericana Anna Bradstreet habla más de su sucesora Dickinson. Cuando escribe sobre Donne y los metafísicos ingleses parece que de quien de verdad quiere ocuparse es del doctor Samuel Johnson [uno de sus padres en la crítica]. Pero no es este un manual, un libro de texto, sino una colección de artículos variopintos que valen tanto por sus fugas y rodeos como por sus estudios y asedios sistemáticos (aquí, brilla el capítulo sobre Byron). En cuanto a poetas como Yeats, Eliot o Pound, también brillan, pero por su ausencia. La razón es que ya se ha ocupado de ellos en otros lugares”.
Hechas las salvedades, el libro igual destila anglocentrismo. Leemos en el ensayo dedicado a Baudelaire: “Todos los movimientos literarios franceses son curiosamente tardíos en relación con la literatura anglo-americana”. Y en el texto sobre Rimbaud: “Una crisis en la poesía francesa parecería un murmullo en la tradición angloamericana, que es infinitamente variada y heterodoxa [...] Rimbaud fue un gran innovador en el seno de la poesía francesa, pero habría parecido que lo era menos de haber escrito en el idioma de William Blake y William Wordsworth, de Robert Browning y Walt Whitman”.
En La angustia de las influencias, Bloom escribe: “Pero los poetas, o al menos los más fuertes de ellos, no leen necesariamente como leen los críticos más fuertes”. ¿Cómo lee Raúl Zurita, por ejemplo, el orden bloomiano? “No se trata que incluya a Paz y excluya a Vallejo o a Goethe o a Góngora —responde el poeta chileno—, sino del lugar que le otorga a las literaturas no anglófonas. Cuando Bloom hace descansar en Shakespeare, y no en Homero, la invención de lo humano, lo que afirma es la supremacía de la lengua inglesa, la lengua del imperio, por sobre las lenguas periféricas. Lo que implícitamente Harold Bloom afirma es que la poesía no escrita en inglés está condenada a la misma oscuridad a la que fueron condenados, por los siglos de los siglos, los poetas que durante el apogeo imperial de Roma no escribieron en latín. La única gran excepción fueron los escritores del Nuevo Testamento, los evangelistas. ¿Serán los poetas no angloparlantes los nuevos evangelistas? ¿Lo serán el italiano Montale, el francés Apollinaire, Fernando Pessoa, Maiakowski, Paul Celan, César Vallejo?”.
Tal vez. 
De hecho, Bloom afirma que Una temporada en el infierno de Rimbaud debería ser considerado el “Evangelio de la Adolescencia”, quizás “un evangelio gnóstico tardío, como su modelo oculto, el Evangelio de san Juan”.
Para ser justos, en artículos y entrevistas Bloom le ha dado lugar y, si forzamos un poco, ha canonizado a poetas como Mistral, Vallejo y Parra, sólo por mencionar a tres contemporáneos del mundo en español. Incluso, las derivas creativas que hace en Poemas y poetas subsanan algunas ausencias. Por ejemplo, para hablar de Petrarca, habla de Dante (“uno de los dos más grandes poetas occidentales desde Homero y la Biblia”), e incluso de Rilke y Goethe, cuando hace la proporción: Dante es a Petrarca lo que Goethe a Rilke. Algo parecido ocurre en el texto dedicado a Baudelaire, donde leemos que Victor Hugo es “el más grande poeta francés de todos los tiempos”.
Poemas y poetas es otro despliegue de “la angustia de las influencias”, la gran idea de Bloom (hay quienes dicen que su único problema es que no es cierta; como si importara). Una tesis que, dicho en simple, propone que los grandes escritores —los poderosos— son tales porque leen errónea pero creativamente a sus predecesores, mientras que el resto sólo imita. “No existe poder si no es arbitrario y Harold Bloom es uno de los más apasionados, potentes y poderosos lectores de poesía de los últimos cien años”, dice Zurita. “Su fuerza radica en que contra todas las lecturas débiles, él comprendió la irreductibilidad del hecho poético. A la poesía le repelen las estadísticas y le es del todo indiferente la paridad de género, la filiación sexual, la edad, la raza o el grupo social de quienes la escriben”.

Desde esa trinchera, Bloom se pregunta si en los sonetos de Shakespeare se anuncia ya al “dramaturgo trágico” de Hamlet y Otelo. De Wordsworth dice (en el ensayo sobre Rimbaud) que su “apabullante originalidad puso término a una continuación que había permanecido ininterrumpida entre Homero y Goethe”. A Auden lo compara con Eliot: “Una de las muchas virtudes de Auden es que, a diferencia de Eliot y otros literatos cristianos, nos ha ahorrado el verso religioso y casi se ha abstenido de componerlo”, dice. “Eliot ha desaparecido, y Auden ocupa ahora su sitio, aunque con una diferencia. La diferencia es reconfortante; Auden es más ingenioso, amable y mucho menos dogmático, y no se siente obligado a demostrar la autenticidad de su humanismo cristiano por medio de un sensato antisemitismo”. 

A Octavio Paz —cuyo Nobel de Literatura califica como uno de los más sólidos— lo llama un “un poeta-crítico”, y centra su análisis en el ensayo El laberinto de la soledad, que “en su relectura aflora como un poema en prosa de doscientas páginas”. También recurre frecuentemente a la tradición hebrea y al gnosticismo, lo que no debiera extrañar en alguien que se describe como un “cabalista crítico”. Así, por ejemplo, establece una “relación intertextual” entre Ezequiel y Blake que, dice Bloom, sólo él ha notado, en su papel de “Centinela Demoníaco de Satán”.

Hacer listas

En este libro, cree Rivero, la voz de Bloom “destaca principalmente en ese raro entre los raros, Blake, y en los grandes románticos: yo subrayaría las páginas sobre Shelley o Wordsworth. Pero estos son poetas relativamente conocidos: novedosos para un lector de lengua española son los capítulos sobre poetas estadounidenses como Robert Penn Warren o James Dickey. De Irlanda e Inglaterra, son señalables sus bien expuestos entusiasmos sobre Seamus Heaney (antes de recibir el Nobel) o ese poeta difícil: Geoffrey Hill. A Bloom se le dan especialmente bien los poetas oscuros y complejos”.
Zurita agrega: “Para Bloom la poesía es el hecho más importante de la tierra, es la que nos permite hacer más admisible la muerte. Eso creo que es clave, esa exageración monstruosa y a la vez sublime que nos muestra que somos hijos de la muerte y del poema, que lo humano nació cuando nació la muerte, cuando algo aún sin nombre comprendió que le iba a suceder algo tan absolutamente inconcebible como es morirse, allí nace la humanidad. El poema es la primera respuesta que se levanta frente al hecho infinitamente inaudito de la muerte. El Daimon de los verdaderos poetas del que habla Bloom, ese fuego interior no es sino el eco de esa primera respuesta frente a la muerte”.
Con esos ojos hay que leer este y todos los libros de Bloom. Son su obra, su poesía, su manera de acercarse a lo “sagrado”. “En momentos de peligro y grave enfermedad he recurrido al intenso consuelo de recitarme poemas a mí mismo, ya sea en voz alta o en silencio”, escribe en la introducción a Poemas y poetas. Hubiese querido preguntarle si, vista de esa manera la poesía, tiene sentido la idea de canon; le escribí para pedirle una entrevista, pero se excusó así: “Estoy en los ochenta y cinco, con mala salud, y exceso de trabajo, y lamento no poder ser de ayuda”. De todos modos, en 2012 dijo a este diario que el “valor literario nunca es establecido por un crítico particular o un grupo de críticos”. Así es que, de nuevo, ¿tiene sentido la idea de canon? “No tiene sentido —responde Zurita—, pero no hay nada que hacer, nacemos, morimos y entremedio hacemos listas”.

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Artículo publicado el 29 de noviembre de 2015 en Artes y Letras de El Mercurio.