TODO ESTÁ MAL: UN PESIMISTA ALEGRE Y OTRO FELIZ


Clément Rosset y Frédéric Schiffter.

Juan Rodríguez M.

Para ser pesimista no es necesario ser sensacionalista y mostrar la guerra civil en Siria o el genocidio de Ruanda, pensar en los malos que viven hasta muy viejos o en los buenos que mueren jóvenes. Para ser pesimista basta con saber que cada vez que satisfagas tu hambre volverás a tener hambre, que —si somos sinceros— no hay razón para hacer esto o aquello, que si hoy es domingo mañana será lunes o que si las cosas cambian son para quedar iguales.

El francés Clément Rosset y el burkinés Frédéric Schiffter piensan así. Ambos son filósofos pesimistas, o tal vez realistas, de esos que no creen en trasmundos ni vidas eternas, pero sí en la crueldad y el absurdo de la realidad. Ambos, también, coinciden en librerías chilenas con La elección de las palabras y Filosofía sentimental, respectivamente. 

El primero es un volumen publicado por la editorial Hueders, que reúne el pequeño ensayo homónimo, de 42 páginas, junto a otro del mismo autor —"La alegría y su paradoja"— además de dos apéndices: "La fuerza cómica" y "La España de las apariencias". 

El segundo libro, de 451 editores, reúne diez textos donde —a partir de frases de autores como Nietzsche, Schopenhauer, Pessoa, Proust y Montaigne— Schiffter reflexiona sobre la tristeza, el ocio, el sufrimiento o la muerte. 

Viva la vida 

Decir que Rosset es un pesimista vale una aclaración. Porque aunque cree en la naturaleza intrínsecamente dolorosa y trágica, además de irremediable e inapelable de la realidad, en "La alegría y su paradoja" apuesta por lo que puede llamarse pesimismo alegre, a saber, la capacidad de sentir alegría —“alegría de vivir”— porque sí, sin razón y a pesar del conjunto de “argumentos plausibles o razonables” que —dice— deberían llevarlo a uno por el camino de la tristeza y las lamentaciones. “Soy feliz porque es absurdo”, escribe Rosset. 

En libros como El principio de crueldad o Lo real y su doble Rosset cuestiona lo que llama el principio de “irrealidad”, a saber, el afán de buena parte de los filósofos y de los seres humanos de negar la realidad en pos de algún paraíso. En línea con esa crítica, en La elección de las palabras el pensador francés habla de la “ilusión” de estar buscando una idea cuando en realidad estamos buscando una palabra. O sea: esa idea que tienes en la cabeza, pero no sabes cómo decir, en realidad no la tienes, porque pensar es tanto como enunciar, argumenta Rosset. De ahí que defienda la escritura contra el hábito metafísico —desde Platón a Derrida— que erige al pensamiento como algo, en última instancia, más allá de la palabra, inaprensible. 

Si Rosset es alegre, Schiffter es feliz, al menos a veces y a pesar de su pesimismo, o por su pesimismo (“vivir es sufrir en un universo que no es un cosmos sino un caos. Según eso, todo el mundo es pesimista”). Siempre con un tono desencantado, personal, cercano a la confesión, a veces amargo y con una tendencia aristocratizante —adolescente— a tenerse por excepcional en un mundo de seres vulgares, en Filosofía sentimental escribe: “Está el reducido número de pesimistas felices que [...] se acomodan a lo peor y se inclinan en ocasiones hacia el bando de la risa, porque tienen ese sentido de la insignificancia al que se llama humor”. 

Además de pesimistas, Rosset y Schiffter son claros: para escribir, y entonces pensar, ninguno necesita hacerlo (entre) paréntesis, usando-guiones, "comillas" ni una avalancha de neologismos y estrategias formales. Y aunque el segundo revela una seriedad que no se condice con el sentido de la insignificancia que predica —mientras que Rosset parece mucho más contundente, menos emotivo, quizás más realista y materialista—, su pesimismo sin desdicha simpatiza con la alegría del francés, a quien le dedica un ensayo. Tal vez, entonces, Schiffter suscribiría el consejo que Rosset dio en una entrevista: “Tranquilícese, todo esta mal”.


La elección de las palabras 
Clément Rosset
Hueders, Santiago, 2012.


Filosofía sentimental
Frédéric Schiffter
451, Madrid, 2012.



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Versión de una reseña publicada en Revista de Libros de El Mercurio, el 9 de diciembre de 2012.