LA FE DE NIETZSCHE

Lou Andreas-Salome, Paul Ree y Nietzsche

Juan Rodríguez M.

Que la vida no tiene sentido no es algo que se deba decir en abstracto —so pena de banalizarlo, de hacerlo grave—, es algo que se ejemplifica, que se narra, que se enumera, que... ya lo estoy banalizando, digo, agravando. Que la vida no tiene sentido es haber prendido el computador para mandar un correo y estar en YouTube entregado al eterno retorno no sé de qué. Y no mandar el correo. Y que ahora me avisen que se murió el querido gato de alguien a quien quiero mucho. Y no mandar el correo. Pero escribir esto.

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Por más terrible o patética que sea la realidad que pretende significar, es bella esa idea según la cual preferimos creer en nada antes que no creer. Así dijo Nietzsche el nihilismo; con esa belleza. Y ya sabemos, también gracias a Nietzsche, que nos gusta una idea por su belleza, no por su verdad. La vida es un juego de máscaras, dice el filósofo alemán; y detrás de esas máscaras hay otras máscaras. No hay rostro ni hay nada. El nihilismo es creer en nada. El nadismo. Lo que solemos llamar nihilismo, la falta de sentido, es un hecho que se vuelve nihilista según la interpretación que le demos. Si nos duele el sinsentido, somos nihilistas. Pero también somos nihilistas si creemos que hay sentido, si creemos en Dios, que, según dicen, es el único sentido. Dios no existe, Dios es nada, creer en Dios es creer en nada. Lo que no es nihilismo es la sola constatación del sinsentido; pero es a eso a lo que solemos llamar nihilismo, y sobre todo es a eso a lo que los creyentes llaman así. Pero si nihilismo es creer en nada, entonces -repito- es nihilismo creer en Dios. Y también es nihilismo el descreimiento, el pesimismo que, a la vez que reconoce la falta de sentido, le duele esa falta. Si te duele es porque quieres que la vida tenga sentido, un sentido intrínseco, originario, trascendente, quieres que sea algo que no es. Pero sabes que eso no es posible y lo lamentas. Si te duele la vida es porque añoras a Dios, aunque no lo llames así. Quien reconoce la falta de sentido y no se lamenta (lo que no implica no sentir dolores), ese no es nihilista, pues no cree ni añora la nada. Quien añora la nada, en cambio, como esos nihilistas de las novelas de Dostoievski o Zolá, odia el mundo y es capaz de dinamitarlo.

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No sé si todo esto que digo es cierto, tampoco sé si es bello. (¿Qué espera revelar uno al escribir? Yo diría que nada, escribiría que nada, salvo, quizás, la propia vanidad. La tragedia se salva como parodia, la nada, escribiéndola.) No sé si todo esto que digo es cierto, tampoco si es bello. Ni siquiera sé si es idea mía, yo diría que no, que es de Nietzsche, ese hombre de Dios-sin-Dios, sabio, inteligente y escritor de buenos libros, según decía él. Tentado por la divinidad. Con fe en sí mismo para salvarse de su fe en nada. Culpable de tantas vocaciones y decepciones filosóficas. Y de esa foto que quería ser grave, tal vez grandiosa, llena de patetismo, conmovedora, pero que resultó ridícula: él y un amigo haciendo de animales de tiro, jineteados por una amiga que parece menos preocupada de azotarlos que de lograr entrar en la pequeña carretilla. ¿Por qué supongo que la foto quería ser seria? Quizás solo tonteaban, incluido Nietzsche, como tantas veces lo hacemos todos con nuestros amigos, porque sí, para llenar el momento, para pasarlo, y pasarlo bien. La amiga y el amigo de Nietzsche miran a la cámara, nos miran, parece que el filósofo también, pero solo de reojo.