AHORA Y SIEMPRE: UNA SENSACIÓN POR ESCRITO

"Rain, Steam and Speed – The Great Western Railway", J. M. W. Turner.

Juan Rodríguez M.

Eso que llamamos modernidad líquida, la ausencia de solidez, de fundamento, es una experiencia que conocemos al menos hace dos mil quinientos años: entramos y no entramos en los mismos ríos, somos y no somos, dijo Heráclito. La modernidad, decía Baudelaire, es lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente. Los ríos llegan al mar, llenan el mar; o tal vez es el mar el que alimenta a los ríos, cuando se evapora y se llueve. Sin embargo, hoy, cuando el agua ya no es más un recurso renovable, cuando, por ejemplo, en Santiago ya casi no llueve y el Mapocho solo guarda el nombre de río, ¿quién alimenta a quién? De nuevo: somos y no somos, las cosas son y no son, habrán sido. Todavía somos modernos y ya no somos modernos; contemporáneos. 

Escribo esto que escribo luego de leer Oscuros Ríos, de Juan Carlos Villavicencio, un poemario que es heracliteano desde el título, y que entonces no lo es. Fue escrito entre 2007 y 2018, publicado en 2018, pero al leerlo sus palabras se fueron pegando a la actualidad: al principio fue oscuro, luego comencé a leer en voz alta y entonces descubrí el presente, o quizás el presente contaminó mi lectura, infiltró los poemas, violentó las palabras. Hay o sentí un silencio en el libro, un silencio a la vez terrestre y cósmico, que se me hizo similar al silencio de estos días que se repiten, del domingo eterno, o el lunes eterno, el domingo y lunes, domingo y lunes, de aquellos que tenemos la suerte de poder quedarnos en casa. 

Es un silencio que barrunta, que murmulla, como ese crujir hueco de la tierra previo a un temblor; algo que quiere ser, pero todavía no es, un tiempo y espacio que no terminamos de reconocer, casi familiar, casi extraño; fantasmal. Un fantasma que puede ser esperanza y desesperanza, incluso desesperación: "Un nuevo cosmos despierta cada atardecer", escribe Villavicencio. Y aunque el cosmos fuera el mismo para todos, no somos todos iguales en ese cosmos: algunos querrán que despierte igual, otros querrán que sea algo distinto, y algunos querrán no despertar.

     X

     El destino en el fuego i la caída.

     Truncadas las sombras van dejando de mirar
                 i se pierden en los dominios
     donde un forastero intenta resistir
                              buscando en ojos ciegos
                 los extraviados restos de su propia fe.

     XI

     La secreta promesa de los dioses:
                 Todo lo que se arrastre será apacentado a golpes.
     De ahí la serpiente
                              i la mentira de la cruz.
     El reflejo fue dado buscando
                 el miedo al caos o al saber.
     La miseria como otra cruel manzana
                 más lenta en la caída hacia la luz.

Hay algo de los fantasmas de Rulfo en Oscuros Ríos, o al menos en los versos que acaban de pasar. Ronda en las palabras, en esas, un ambiente como el de las primeras páginas de Pedro Páramo. Juan Preciado va en busca de su padre, porque se lo prometió a su madre moribunda; transita un camino que sube y baja según se va o se viene, y le pregunta a alguien:  

     —¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?
     —Comala, señor.
     —¿Está seguro de que ya es Comala?
     —Seguro, señor.
     —¿Y por qué se ve esto tan triste?
     —Son los tiempos, señor.
 
Quizás este presente raro, ¿triste?, está explicitando lo transitorio de la realidad, la realidad siempre en tránsito, heracliteana, y por eso armoniza con los ríos oscuros de Villavicencio, con sus poemas que registran y borran la modernidad, que todavía se escriben, que se están escribiendo o se vuelven a escribir. O quizás no. Tal vez, hoy, falta el puente sobre el río, o el bote, la pequeña y artificial unidad de lo diverso que nos mantiene a flote, una certidumbre en medio de lo incierto, la novedad en medio de lo mismo, algo entre uno y todo, entre ser y no ser, lo humano en lo que algunos llaman naturaleza: las elecciones, la libertad, la igualdad; la fraternidad. O mejor: los cuidados, la seguridad. La política. Porque no todo es suerte, que no todo sea suerte. ¿Será que de eso habla Villavicencio cuando escribe: "Las ruinas de una república perdida"? ¿Eso añora de ayer? ¿Eso prevé para mañana? No sé, no sabemos; seguro que de eso se trata: de que no sabemos.



OSCUROS RÍOS
Juan Carlos Villavicencio
Descontexto Editores, 2018.