¿VIDA EN MARTE? EL PLANETA ROJO EN LA LITERATURA

By USGS [Public domain], via Wikimedia Commons
La presencia de nuestro vecino en el imaginario humano se remonta a griegos, chinos y babilonios; pero fue a fines del siglo XIX, por una amalgama de razones y sinrazones científicas y literarias, cuando se convirtió en el gran mito moderno: ¿está habitado por seres inteligentes?, ¿nos invadirán?, ¿los invadiremos?, ¿es una sociedad ideal? La posibilidad de que la NASA envíe en algunos años más una misión tripulada escribe un nuevo capítulo de esta novela contemporánea. 

Juan Rodríguez M. 

Era solo un programa especial de noche de Halloween basado en La guerra de los mundos (1898), el libro de H. G. Wells que relata una invasión marciana a la Tierra. Se trataba de simular extras noticiosos que informaban sobre la agresiva llegada de naves alienígenas ya no a la Inglaterra victoriana, sino al moderno y masivo Estados Unidos de 1938. Pero algo salió mal o demasiado bien en la transmisión radial... Así tituló luego el diario británico The Telegraph: "Pánico de 'invasión' en EE. UU.: se ordena una investigación; una obra de radio propaga el terror; miles huyen de sus casas; el señor H. G. Wells emite una protesta".

El conocido episodio en el que una obra radial sobre una invasión marciana desató el pánico en la población estadounidense demostró al menos dos cosas: el poder de los medios de masas y el lugar que ocupaba en el muy consciente colectivo la posibilidad de que hubiera vida inteligente (y hostil) en Marte.

A casi ochenta años de ese episodio, nuestro vecino rojo sigue presente en los medios y, por lo tanto, en nuestra imaginación; ya no por la eventual presencia de vida inteligente (a lo más optamos a encontrar algún microorganismo, o rastros que indiquen esa posibilidad), pero sí como nuevo horizonte: hace algunos días, luego de probar con éxito la cápsula Orión, la NASA anunció el inicio de la "era marciana", esto es, la posibilidad de enviar en 2030 una misión tripulada a Marte; un sueño, entre científico y cultural, que la ficción realizó hace mucho. Y todo gracias a la miseria y el esplendor de la traducción.

El error

Ni saturnianos ni plutonianos, sino que marcianos. La fiebre pública por Marte comenzó a fines del siglo XIX, concretamente en 1877. Ese año el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli observó en la superficie del planeta lo que, según su impresión, eran canales -"canali", en italiano-, mal traducidos al inglés como "canals" o sea, acueductos artificiales, producto de la ingeniería (como el canal de Suez, inaugurado en 1869).

No era más que una ilusión óptica; también lo eran los supuestos cambios de color en la superficie marciana que sugerían la presencia de vegetación y agua. Pero eso, y el error de traducción, bastó. En el libro Reescritura de los mitos en la literatura se recuerda que a partir de esos "canals" y esa vegetación, el estadounidense Percival Lowell -un astrónomo aficionado y autodidacta- comenzó a postular la existencia de una civilización marciana que, dada la escasez de recursos naturales en el planeta, debía llevar el agua desde los polos a los trópicos a través de esa red de canales. Lowell predicó sus ideas en una serie de conferencias que luego reunió en 1895 en el libro Mars (lo siguieron Mars and its Canals, de 1906; y Mars As the Abode of Life, de 1908); y aunque fueron puestas en duda -razones más o razones menos- las ideas de Lowell se instalaron en el imaginario popular.

Imdb
La guerra de los mundos,
película de 1953 basada en la novela de Wells.
Dos años después de que el primer libro de Lowell viera la luz, Wells publicó La guerra de los mundos, cuyo éxito reforzó e instaló definitivamente el mito extraterrestre. Mito moderno, hay que especificar, pues la figura del alienígena, o la posibilidad del viaje extraterrestre, es anterior a la fiebre marciana. Los créditos son para la Luna, con novelas como Man in the Moon (1648) del obispo inglés Francis Godwin, que muestra un viaje al satélite terrestre en una nave tirada por pájaros; o The Consolidator: or, Memoirs of Sundry Transactions from the World into the Moon (1719), de Daniel Defoe. De 1657 es L'autre monde: Les empires de la Lune et du Soleil, de Cyrano de Bergerac. Voltaire, en cambio, eligió Saturno para su sátira Micro mégas.

La utopía

Las primeras ficciones sobre Marte, algunas anteriores a la de Wells, se insertan en la tradición utópica. "En obras inspiradas por feministas, cristianos, reformadores socialistas, así como por críticos de la Primera Guerra Mundial y revolucionarios bolcheviques, Marte se convirtió un útil modelo didáctico", escribe Robert Corrsley en Imagining Mars: A Literary History (2011). Se pueden citar, por ejemplo, la sociedad ideal de Bellona's Bridegroom: a Romance (1887) de Hudoer Genone; la muy cristiana Daybreak: A Romance of an Old World (1896) de James Cowan; o la que según muchos es la primera ficción (o ciencia ficción) marciana: Across the Zodiac: The Story of a Wrecked Record (1880) de Percy Greg.

Sin embargo, Wells deja atrás las utopías y recurre a Marte "como un azote a la complacencia humana". "Le da un vuelco al ícono sentimental del hombre de Marte y lo reemplaza con monstruos aspirantes a conquistadores que le dan a los imperialistas británicos una probada de su propia medicina", explica Corrsley.

Debido a su misterio, nuestro vecino servirá además como escenario paranormal y espiritista (telepatía, reencarnación). También se lo tratará como territorio de frontera, según el modelo del Oeste estadounidense y del África colonizada; un lugar de aventuras que recupera los antiguos mitos del planeta del dios de la guerra y la agresión. Pura testosterona y celebración de la masculinidad (o algo así) que tiene su ejemplo más conocido en los once volúmenes de John Carter de Marte (en inglés no rima) de Edgar Rice Borroughs (el creador de Tarzán), publicados entre 1912 y 1964. Una saga que influyó en otros íconos populares como Flash Gordon, La guerra de las galaxias y Superman; y que originó, al parecer, la idea de los marcianos como "pequeños hombres verdes", pues en el primer libro de la saga, Una princesa de Marte, se habla de los "hombres verdes de Marte".

Además, según dijo Ray Bradbury, autor de Crónicas marcianas (1950) -que junto a La guerra de los mundos debe ser la mayor y mejor ficción marciana- sin John Carter, no habría habido ninguna crónica marciana.

La colonización

Ray Bradbury, autor de Crónicas marcianas.
En su libro, Bradbury reúne una serie de crónicas -de enero de 1999 a octubre de 2026- que relatan la no muy feliz, pero sí muy humana colonización de Marte. "Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas", se lee.

El motivo es parte de la tendencia que domina la literatura marciana luego de la Segunda Guerra Mundial, reflejo de dos fuerzas dominantes en el mundo por esos días: la posibilidad de viajes reales fuera del espacio y el miedo a la Guerra Fría y la amenaza nuclear. Es el caso de Las arenas de Marte (1951) de Arthur C. Clarke, que intenta imaginar en términos realistas lo que podría conllevar la exploración efectiva de dicho mundo.

Antes de eso, en el período de entreguerras -que comienza con la manía de intentar comunicaciones radiales con Marte (Nikola Tesla había sugerido esa posibilidad en 1899) y termina con el pánico radiodifundido por Wells- las ficciones sobre Marte empiezan a ser formalizadas y los autores toman conciencia de ser parte de una tradición de ficción marciana; así, por ejemplo, C. S. Lewis, que en 1938 publicó Lejos del planeta silencioso -la primera parte de su Trilogía cósmica-, en la que un filólogo (inspirado en Tolkien) es secuestrado y llevado a un paradisiaco Marte, donde descubre tres razas que coexisten en armonía gracias a la guía de un dios bueno.

La independencia

En 1976, una fotografía de la superficie marciana tomada por la sonda Viking 1 mostró lo que parecía ser un rostro, además de elevaciones asimilables a pirámides. Si bien la charlatanería se alimentó de eso para volver a especular con la existencia de vida inteligente, o de una antigua civilización, lo cierto es que con las exploraciones de los años sesenta y setenta, y las que les siguieron, muchas novelas sobre Marte se volvieron retrógradas.

Lo anterior implicó un nuevo giro que llevó a ahondar en los problemas técnicos, éticos y políticos derivados de la "terrificación" o "terraformación" de Marte por habitantes humanos. Es el caso de Kim Stanley Robinson con Marte rojo, Marte verde (ambos de 1992) y Marte azul (1996); una trilogía en la que la colonización desata un enfrentamiento entre aquellos que abogan por hacer de Marte un planeta como la Tierra y quienes prefieren preservarlo, y que toca tópicos socio-económicos, medioambientales y corporativos, entre otros. De colonos y política habla también Philip K. Dick en Tiempo de Marte (1964) y Los tres estigmas de Palmer Eldritch (1965).

Otros autores importantes que escribieron sobre Marte son Isaac Asimov, con A lo marciano (1952); y Robert A. Heinlein con Hija de Marte (1963), pero especialmente con Extraño en tierra extraña (1961), que toma su título de la Biblia (del Éxodo: "He sido un extraño en tierra extraña") y en el que Valentin Michael Smith, el hijo de los primeros exploradores de Marte, educado en dicho planeta, regresa a la Tierra.

Del mito a los videojuegos

Antes de ser el escenario de nuestras imaginaciones sobre vida extraterrestre, Marte fue -por su color rojo como la sangre en medio de un universo de cuerpos blancos- símbolo de temor y guerra para babilonios, griegos y romanos.

No debe extrañar, entonces, que las dos lunas de Marte, descubiertas en 1877, fueran bautizadas como Deimos y Fobos, los hijos de Ares (dios de la guerra griego; Marte, en su versión romana). Sí debe extrañar, en cambio, que Jonathan Swift haga una mención a los dos satélites en Los viajes de Gulliver... de 1726. ¿Augurio? Quizás, pero probablemente el dato se deriva de algunas especulaciones de Johannes Kepler (a quien, recordemos, el movimiento retrógrado de Marte le ayudó a terminar con el antropocentrismo del Universo).

De vuelta en los tiempos modernos, los marcianos no siempre son máquinas de guerra o miembros de una sociedad ideal. Los dibujos animados nos ofrecen, por ejemplo, a Marvin el marciano (1948): ese pequeño y no muy temible alienígena -némesis de Bugs Bunny-, que viste como romano. Y cómo olvidar la serie Mi marciano favorito (1963). La televisión chilena también hizo su aporte con Marcianos democratacristianos , uno de los sketchs del programa de humor político y social Plan Z (1997).

"Obra radial aterroriza a la nación",
titular de un diario estadounidense en 1938.
Uno de los más recientes éxitos marcianos es el videojuego Red Faction , una serie que debutó en 2001. También se visita Marte en el clásico Doom (1993).

Tan prolífico como la literatura ha sido el cine: de 1924 es Aelita: Reina de Marte , una película muda soviética que compara la Rusia de esos años con Marte, un planeta capitalista. De 1964 son las no muy prometedoras Santa Claus conquista a los marcianos y Robinson Crusoe en Marte, y de dos años antes, Los tres chiflados en órbita. De 1953 es Abbott y Costello se van a Marte. Más cercanas en el tiempo son, entre otras, Mars Attack! (1996), Misión a Marte (2000), Planeta rojo (2000), La guerra de los mundos (2005) y John Carter (2012).

En la música baste con la que algunos llaman el himno no oficial de Marte: "Life on Mars?" (1973), la canción de David Bowie. Aunque, hay que decir, la letra no tiene nada que ver con el planeta. De 2006 es una serie de la BBC que lleva el mismo título, pero sin el signo de interrogación. Life on Mars tampoco tiene que ver con Marte, sino con un policía que sufre un accidente automovilístico en 2006 y despierta en 1973; o tal vez tiene que ver si pensamos en el planeta rojo como símbolo de lo extraño, lejano (en el tiempo, en el espacio), inaudito y, por qué no, violento. Es el sentido que le da Oliver Sacks en su libro Un antropólogo en Marte (1997), donde muestra siete casos neurológicos (raros, marcianos) que lo llevan a reflexionar sobre la identidad y el conocimiento; también el escritor chileno Álvaro Bisama en las extrañas desapariciones y muertes que narra Música marciana (2008).

Lo dijo el astrónomo y divulgador científico Carl Sagan: "Marte ha llegado a ser una suerte de arena mítica en la que hemos proyectado nuestras terrestres esperanzas y miedos". Ojalá se cumplan solo las primeras y, por ejemplo, nuestros vecinos lleguen "bailando ricacha". (Así llaman en Marte al Cha cha cha).

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Artículo publicado el 4 de enero de 2015 en Artes y Letras de El Mercurio.