SUSAN SONTAG, ÍNTIMA Y PÚBLICA

Lynn Gilbert [CC BY-SA 4.0 (https://creativecommons.org/licenses/by-sa/4.0)], from Wikimedia Commons
Una extensa entrevista y los recuerdos de una escritora que vivió con ella nos acercan a las opiniones y a la cotidianidad de una intelectual, una ensayista, una crítica que siempre quiso ser considerada como una escritora de ficción.

Juan Rodríguez M.

Hay cuatro formas de conocer a alguien: en persona, por lo que dicen de ella, por sus ideas (o sus obras) y por lo que dice de sí misma. A Susan Sontag (1933-2004) —la intelectual estadounidense responsable de ensayos como Contra la interpretación y Sobre la fotografía, y novelas como Estuche de muerte y En América— la mayoría probablemente no la conoció en persona. No hay otra chance, entonces, que recurrir a las tres últimas alternativas: sus ficciones, ensayos y memorias; libros sobre ella, como Un mar de muerte. Recuerdos de un hijo, en el que David Rieff muestra los últimos meses de vida de su madre. Y ahora, además, a los volúmenes Siempre Susan. Recuerdos sobre Susan Sontag (Errata naturae) y Susan Sontag. La entrevista completade Rolling Stone (Ediciones Universidad Diego Portales).

El primero es de Sigrid Nunez (Nueva York, 1951), una novelista y ensayista que en 1976, cuando todavía era aspirante a escritora, conoció a Sontag, se emparejó con el hijo de ésta, el ya mencionado David Rieff (Sontag hizo de Celestina), y vivió con ambos por más de un año. El libro, una memoria de esa convivencia y de la intimidad de Sontag, coincide en librerías con el del periodista y escritor Jonathan Cott (Nueva York, 1942), que muestra la faceta pública, el discurso de Sontag, a través de la versión completa de una entrevista publicada en 1978 en la revista Rolling Stone.

De falda solo por Wagner
La Sontag de ambos libros es anterior a la de sus tiempos más glamorosos; anterior, explica Nunez, “al grandioso ático de Chelsea, a la enorme biblioteca, las ediciones raras, la colección de arte, la ropa de diseño, la casa en el campo, el secretario personal, la asistenta, el cocinero personal”. Son los años en que solía usar un “jersey amplio de cuello de cisne”, jeans y zapatillas deportivas o chalas de goma “estilo Ho Chi Min”; en que salían a comer, pedían para llevar, o comían alimentos congelados o enlatados.

Sontag, recuerda Nunez, se negaba a llevar bolso; salvo cuando iba al Festival Wagner de Bayreuth, solo por Wagner vestía “como una dama”, “falda larga y plisada de seda negra (...) medias y tacones”. Tampoco se maquillaba, pero se teñía el pelo (no el mechón blanco, eso era natural; el negro era lo artificial), y usaba colonia, claro que de hombre: Dior Homme, cuenta Nunez. (A Cott le dice: “No he conocido mujer inteligente o independiente o activa o apasionada que de niña no haya querido ser varón”, “desearíamos (...) ser miembro del sexo que parece tener más libertad”).

¿Cómo vivía su trabajo esta mujer que se describe como “una freak de la belleza”, una “esteta apasionada” y “una moralista obsesiva”? Una de las respuestas a Cott da una pista: “Escribir no suele ser algo que yo disfrute. Suele ser cansador y tedioso, porque cuando escribo hago muchos borradores”. Una pista que se llena de realidad al leer —en el libro de Nunez— que en los períodos de trabajo, Sontag se encerraba, dormía poco, casi no comía y tomaba Dexedrina (una anfetamina); que era muy insegura con sus textos y por eso necesitaba alguien a su lado que la ayudara a corregir. Una vez, cuando estaba terminando un ensayo, se enojó porque estimó que David y Sigrid no le daban suficiente apoyo; les dijo: “Ya que no lo hacéis por mí, al menos podrían hacerlo por la cultura occidental”.

Susan Sontag era —basta la primera página de libro de Nunez para verlo— asertiva, demandante, inspiradora, arbitraria, exagerada, excepcional; vital. Quería “ser seria”, “tomarse en serio”, “lograr que otros te tomen en serio”. A Cott le cuenta: “Me pienso como alguien que se creó a sí misma: esa es mi ilusión de trabajo”; alguien cuya fantasía permanente era “hacer pedazos todo y empezar de nuevo bajo un pseudónimo detrás del cual nadie sepa que se esconde Susan Sontag”.

Amiga y madre
Decir de una persona que era contradictoria y compleja es como decir de un país que es una tierra de contrastes. No dice nada. Lo maravilloso del libro de Nunez no es que emerja una Sontag compleja y contradictoria, sino una Sontag, por ejemplo, obsesiva e indolente, hasta perezosa; segura, fuerte, intimidante incluso, y también frágil, necesitada de compañía y atención; admirable y odiable. Una amiga que de tan amiga “a menudo acababa acostándose con sus amigos”; una mujer que “quería estar casada”.

También una madre: que amaba a su hijo, que estaba obsesionada con él; que quería que David la viera “como —ay, no sé— su hermana mayor la rarita”; que decía que era el amor, no el miedo a la soledad, lo que la hacía querer tener a su hijo junto a ella “para siempre”... Una madre que contaba cosas como esta: “Cuando estaba escribiendo las última páginas de El benefactor, no comía ni dormía ni me cambiaba de ropa durante días. Muy al final, ni siquiera podía parar para encenderme mis propios cigarrillos. Tenía a David de pie al lado encendiéndomelos mientras yo seguía tecleando”. En esa época, recuerda Nunez, David tenía diez años.

Una madre que le dice a Cott: “Creo haber sido una buena madre, pero sé que también los padres son monstruosos, y es justo que los hijos lo vivan de esa manera”.

Probablemente sea un sinsentido pedir consistencia —o al menos una total consecuencia— entre lo que alguien piensa y dice, y lo que hace. Por lo demás, tal vez esa “inconsistencia” sea sólo la distancia, a veces superable, muchas veces abismante, entre el ser y el deber; entre el ser y el querer ser. Es maravilloso, por ejemplo, descubrir que alguien que le cuenta a un periodista (a Cott) intimidades como que su deseo sexual disminuye al escribir, que las pocas veces que se enamoró siempre “fue algo que continuó y continuó y terminó —generalmente, por supuesto— en un desastre”; diga, cuando Cott le apunta que aún no ha escrito sobre el amor: “¡Me encantaría! Pero para escribir sobre el amor hace falta coraje, porque es como si uno escribiera sobre sí mismo y eso te pone incómodo, como si la gente fuera a enterarse de cosas que tú no quieres que sepan, y también porque uno quiere preservar su intimidad”.

Es maravilloso, también, que en público diga: “Cada vez que estoy en problemas en mi vida personal (...) prefiero asumir la responsabilidad yo antes que echarle la culpa a otro”. Y a Nunez, cuando ésta decidió irse del departamento por las intromisiones de Sontag en su relación con David: “Lo siento, pero no puedo sentirme responsable”.

¿Cómo interpretar a Sontag? Tal vez hay que seguir sus ideas y no hacerlo, no limitarla, no empobrecerla. El asunto —¿quién fue Susan Sontag?, ¿quién es?— queda abierto, quizás para agrado de quien decía que una de las peores cosas era sentir que estaba de acuerdo con las cosas que había dicho.

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Sigrid Nunez: "Sontag quería ser una gran escritora de ficción".

Uno puede llevarse la impresión de que Sigrid Nunez admira o admiraba a Susan Sontag, la persona: su pasión, su inteligencia, su cultura; no su obra. Sí, la llama “mentora natural”, pero también reconoce que sus ficciones no le agradaban. Sin embargo —desde Estados Unidos—, la autora corrige esa lectura: “Lo que más admiré de Sontag, siempre, no fue a la persona, sino la obra, específicamente los ensayos sobre literatura, arte y cultura. Era así cuando la conocí, y sigue siéndolo hoy”.
—¿Cómo concilia el éxito de Sontag con su insistente “sentimiento de fracaso”?
—Yo misma no puedo explicarlo, fuera de decir que muchas personas exitosas se han visto a sí mismas como fracasadas. En el caso de Sontag, creo que tenía que ver con el hecho de que ella quería ser una gran escritora de ficción, la autora de una gran novela americana, un objetivo que no alcanzó.

—¿Quién es Susan Sontag para usted: la mentora, la escritora o la suegra?
—Sontag fue para mí las tres cosas, pero la más importante fue, y sigue siendo, Sontag la escritora, Sontag la pensadora. Después de todo, lo mejor de Susan Sontag está en su obra.

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Versión del artículo publicado el domingo 16 de noviembre de 2014 en Revista de Libros (Artes y Letras) de El Mercurio.