ÓSCAR CONTARDO: RARO "ES UNA HISTORIA DEL PODER"
El autor de Siútico publica una historia gay de Chile. "Quería describir cómo se comporta una sociedad frente a la homosexualidad, no hacer revelaciones", aclara.
Juan Rodríguez M.
"Entró al hospital y había un montón de fotógrafos, de gente entrando y saliendo. Yo hablé con él. Me dijo que lo que más le dolía no era enterarse de la muerte de su hijo, sino saber que había sido homosexual". La cita es de Raro (Planeta), el nuevo libro del periodista y escritor Óscar Contardo (Curicó, 1974), responsable de La era ochentera (junto a Macarena García) y del superventas Siútico. Y es que de eso trata esta "historia gay de Chile", según detalla el subtítulo. No sobre la vida sexual o la salud de un ser humano (aquel caso es el del primer contagiado de sida en Chile), sino sobre la mentalidad que puede llevar a un padre a pensar así.
Aquellos que tras una "lectura superficial" de Siútico (las palabras son de Contardo) esperaban un libro entretenido, o uno de infidencias y revelaciones, se decepcionarán. Esta es una historia seria -no grave- que parte en el siglo X europeo, cuando se sientan las bases "naturalistas" de la persecución a los homosexuales o "sodomitas", que sigue con la importación de esas ideas a América gracias a los conquistadores y llega finalmente a Chile, la fértil provincia donde esa visión de mundo dará frutos prodigiosos, como la defensa de la hombría del pueblo chileno y la obsesión médico-sanitaria. Una visión que según Contardo está presente también en la vía chilena al socialismo, la dictadura y la democracia: "Yo creo que mis dos libros anteriores y éste tienen algo en común: hablar de la trastienda".
-El libro se aleja de la morbosidad o la revelación, ¿fue una preocupación que tuviste a la hora de escribirlo?
-Tenía resuelto que se iba a tratar más bien de un libro sobre mentalidades. Quería describir cómo se comporta una sociedad frente a la homosexualidad, no hacer revelaciones. Eso sería caer en lo mismo, en apuntar, sería entrar en un juego perverso sin mucho sentido. Si caes en el comidillo, si no insertas el tema en un proceso o en un escenario histórico, en el largo plazo a nadie le va a interesar, no perdura.
-Es una historia de Chile.
-Claro. Y desde esa perspectiva, en un sentido profundo del término, también es una historia política, una historia del poder, sobre su conformación y distribución en una sociedad. Sobre quiénes sí pueden tenerlo y quiénes no. Dos ejemplos claros, que tienen cinco siglos de diferencia, son los de Enrique IV de Castilla y Jorge Alessandri, a quienes políticamente se los ataca del mismo modo (dudando de su heterosexualidad y haciéndolo a partir de los mismos prejuicios, como la soltería).
-Citas unas palabras del entonces Presidente Aylwin, dichas en Dinamarca en 1993, según las que, "en general, la sociedad chilena no reacciona con simpatía frente a la homosexualidad". Tras veinte años, ¿qué pasa en Chile que ya no es una cuestión de simpatías, sino de discriminación y derechos civiles?
-Pasa lo mismo que en muchos asuntos: hubo un cambio cultural que no tuvo una representación a nivel político y que nunca se vio reflejado o se reflejó muy tardíamente. La censura previa al cine recién se modificó el año 2001, y el gobierno democrático asumió el noventa. Y así con un montón de cosas, como la legislación sobre el divorcio, la ley de filiación, las campañas de prevención del sida.
-¿Por qué durante la dictadura termina por establecerse un circuito de diversión gay y no un activismo político?
-La homosexualidad no era un tema que se tratara y no había un antecedente de organización política, salvo unos protointentos en los 70. Además, la dictadura no hizo mayor énfasis en censurar el tema, porque ya estaba culturalmente establecido. Sin dictadura, los allanamientos a locales nocturnos hubiesen sido los mismos; de hecho, hasta la democracia fue así, es parte de la cultura policial.
-Pero en Estados Unidos esa persecución generó una reacción política.
-Eran los sesenta, cuando empieza a surgir el movimiento de derechos civiles, el feminismo. Entonces se mezclan varias cosas para que el asunto tome consistencia hasta llegar a 1969 a las revueltas en el bar Stonewall (debido a un violento allanamiento en este local neoyorquino) y al año siguiente se juntan miles de personas en Nueva York para conmemorar el asunto. Se hace una demostración pública, la gente da la cara, hay identidad, el gran público ve las noticias y observa que esto existe, reciben el apoyo de los panteras negras, como anota Luis Oyarzún en su diario. Es una sociedad con conciencia de que hay derechos civiles por los que se puede reclamar, donde la gente no acata simplemente. Mientras que la sociedad chilena era muy distinta, la izquierda chilena era profundamente homofóbica, como la cubana, y como la mayor parte de la izquierda latinoamericana".
Granjas de reeducación
Homofobia socialista y homofobia capitalista. La historia está en el libro y ahora la narra Contardo: "La excusa para hacer la primera manifestación en Estados Unidos -a la que fueron como quince personas- fue reclamar contra el régimen cubano por las granjas de reeducación para homosexuales y ahí aprovecharon, a la vez, de reclamar contra la prohibición para que homosexuales ocuparan cargos públicos en Estados Unidos. La misma mentalidad funcionaba en los dos bandos, si para la izquierda castrista era un vicio burgués, para el capitalismo norteamericano era un signo de debilidad y de posible traición".
-¿De dónde surge la idea de la homosexualidad como un "vicio burgués"?
-Es la misma noción de que el extranjero es el homosexual, llevada a lo político. Una idea que es persistente. Los franceses decían que eran los normandos; los españoles que eran los italianos y los árabes; los alemanes que eran los italianos, y después los conquistadores sindican a los indígenas; incluso una vez escuché a un dirigente mapuche decir que la homosexualidad no existía entre ellos hasta que llegaron los conquistadores españoles. En Argentina decían que era un vicio propio de los brasileños y, así, en todas las sociedades el homosexual siempre es el extranjero, lo que, llevado a términos políticos, apunta al que tiene otras ideas.
-Ahondas en las historias de un listado de artistas e intelectuales, por ejemplo en la detención que sufrió Claudio Arrau en Australia en 1957. ¿Por qué?
-Cada una de las historias personales que aparecen tiene un sentido en el libro. No es el mero cotilleo, no es para sacar del clóset. Claudio Arrau aparece porque el libro intenta establecer que el debate público sobre los procedimientos policiales hacia los homosexuales era un asunto internacional y que, en el caso de Arrau, eso significó una discusión en Australia sobre la figura del agente provocador (un policía que hacía las veces de incitador para descubrir a homosexuales), que era una figura muy anglosajona. A nadie le tiene por qué interesar qué pasaba con Arrau, como tampoco con Gabriela Mistral o José Donoso. Que Arrau haya sido detenido no habla tanto de su homosexualidad como de la homofobia de las instituciones policiales australianas en ese minuto.
-¿Qué te parece el trabajo de Pablo Simonetti y la Fundación Iguales?
-Me parece importante, por dos cosas. Primero, porque asume un riesgo y un trabajo que no tendría por qué asumir, pues él no viene del mundo político; profesionalmente es un ingeniero que después se dedica a la literatura, no había nada que demostrar. Y segundo, porque de alguna manera llena un vacío en un ámbito social particular: la clase media alta y alguna parte de la élite. Instala un discurso que no existía en esos circuitos, llega a gente que de otra manera no se lo hubiese planteado, y llega no desde un lugar de marginalidad, sino desde el centro. Y así suceden cosas insólitas como que venga al CEP a dar una charla una economista neoliberal (Deirdre McCloskey), que era hombre y cambió de sexo.
-¿Quiénes o qué es lo raro en la historia que cuenta tu libro?
-Lo raro es la persistente preocupación por algo que no debería tener ninguna relevancia. Lo raro es la cantidad de contenidos con los que se rellena ese prejuicio, un sinfín de creencias -como descripciones médicas, ¡médicas!, que determinaban que los homosexuales no podían orinar en línea recta y les gustaba el color verde-, que durante mucho tiempo le ha hecho y le sigue haciendo un inmenso daño a muchísima gente.
--------
Versión de una entrevista publicada el 27 de noviembre de 2011 en Revista de Libros de El Mercurio.