SEYLA BENHABIB: "TODAS LAS CULTURAS SON MESTIZAS"
Teórica de la democracia y del multiculturalismo, en esta entrevista la intelectual cuestiona el choque de civilizaciones, habla sobre inmigración y los desafíos que enfrenta la soberanía nacional, entre otros temas.
Juan Rodríguez M.
Las culturas -mapuche, aimara, chilena, argentina- no son piezas de un mosaico o totalidades bien delineadas e identificables que coexisten. Son constantes creaciones, recreaciones y negociaciones de fronteras imaginarias entre nosotros y el otro o los otros.
Así piensa Seyla Benhabib, filósofa estadounidense nacida en Turquía, pero sobre todo una de las mayores referentes en el debate sobre multiculturalismo. Es autora de libros como Las reivindicaciones de la cultura (Katz Editores), Los derechos de los otros y El Ser y el Otro en la ética contemporánea (ambos en Gedisa/Océano), y profesora de la cátedra Eugene Meyer de Ciencias Políticas y Filosofía de la Universidad de Yale.
A Benhabib, en su trabajo, en su vida, la acompaña una pregunta: ¿Cómo reconciliar principios universales con nuestras identidades concretas como miembros de comunidades diferentes? Y, hasta cierto punto, cree que ha logrado responderla:
-Los Derechos Humanos, la ciudadanía democrática, los principios de tolerancia y mi creencia de que todas las culturas son mestizas definen para mí ciertos principios que son universalmente válidos y dentro de los cuales necesitamos negociar los asuntos de "identidad" y "diferencia"- dice.
Una nueva arquitectura mundial
Las culturas, entonces, no son mosaicos, y vivimos en un mundo de hechos sociales, económicos y políticos de alcance transnacional, y de demandas identitarias al interior de los países.
-¿Qué poder tiene un ciudadano o la sociedad civil en un mundo así?
-A pesar de que el nuevo orden internacional impone desafíos sin precedentes de cooperación y coordinación económica, ecológica, fiscal e incluso cultural, tenemos que tener fe en que a través de la acción conjunta y la planificación, podemos encontrar respuestas a estos problemas. A menudo pienso en el mundo que siguió a la II Guerra Mundial y a la explosión de la bomba atómica: establecer la paz, controlar el uso de armas nucleares, reconstruir Europa, ¿fue menos difícil que nuestros problemas actuales? No lo creo: estamos enfrentando los desafíos de construir una nueva "arquitectura" para un mundo que ha cambiado.
-La soberanía del Estado-nación sufre presiones internas y externas.
-Irónicamente, lo supra y subnacional están yendo juntos, y se refuerzan uno al otro. Mira a Cataluña en el contexto europeo y los derechos indígenas, o los derechos de los pueblos originarios de Canadá. Mientras más instituciones transnacionales se desarrollan, más se incrementan las demandas subnacionales de autodeterminación. No obstante, no podemos decir adiós tan fácilmente al Estado-nación antes de que desarrollemos instituciones de lo transnacional. Soy una gran creyente en revivir federalismos de varios tipos: coordinar globalmente y actuar localmente. En este momento, los Estados-nación están siendo regidos por un mercado global, especialmente en las finanzas, y han perdido parte de su autonomía al momento de poder establecer objetivos políticos para sus ciudadanos. Pero es la coordinación entre los Estados-nación la que tiene que controlar el mercado global y establecer las nuevas normas y regulaciones para él. Ese es el desafío del siglo XXI.
-¿Por qué las reivindicaciones culturales tienen tanto eco?
-Si recordamos la colonización española y portuguesa de su continente, tal vez se pregunte '¿qué es lo tan nuevo en todo esto?' Bueno, en los siglos XVI y XVII había pocas dudas acerca de la superioridad moral, religiosa y metafísica de las religiones cristianas y de las civilizaciones europeas respecto de la cultura y religión de los 'otros'. Estas ilusiones de Europa y la cristiandad han sido destruidas en el curso de los últimos tres siglos. Después de dos guerras mundiales que comenzaron en Europa, después del Holocausto judío en Europa, después de la sangrienta colonización de África, el encuentro de Europa con sus 'otros' tiene lugar en un horizonte metafísico y ontológico diferente. Hoy creemos profundamente en la igualdad humana y los derechos humanos -tal vez algunos de nosotros más que otros- y concuerdo con el filósofo canadiense Charles Taylor en que tenemos que asumir que cualquier cultura que ha tenido la fidelidad de los seres humanos a lo largo de un período significativo de tiempo merece ser entendida y tratada con respeto. En el debate entre Bartolomé de las Casas y Sepúlveda, estoy del lado de Bartolomé.
-¿Y la tesis de Huntington sobre el "choque de civilizaciones"?
-Fue una idea muy inteligente y una frase peligrosa, desarrollada por un brillante cientista político que cree que la vida de las naciones descansa en el conflicto y el antagonismo. Samuel Huntington es heredero de Carl Schmitt: cree que los estados y los individuos están siempre en un estado de conflicto y competencia entre sí; por cierto, algunos influyentes neomarxistas como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe están de acuerdo. Yo creo que la historia humana se caracteriza tanto por la cooperación como por el conflicto, y que el "choque" de civilizaciones necesita ser reemplazado por un concepto de "encuentro" de civilizaciones -alguno de los cuales son sangrientos e injustos-. Pero hoy, a diferencia de la época del colonialismo y el imperialismo, vivimos en un mundo totalmente interdependiente. Alemania y Francia no habrían logrado su milagro económico sin la importación de millones de 'trabajadores huéspedes', muchos de los cuales son musulmanes. Ahora sus hijos y nietos están intentando encontrar sus lugares en estas democracias liberales y la tarea de éstas es aprender cómo integrar a estos nuevos ciudadanos y residentes a su medio.
-¿Cómo debería enfrentarse la inmigración "ilegal"?
-Partamos por dejar de usar un lenguaje que hace parecer que todos son criminales. Un niño mexicano de tres años que es llevado a California sin papeles por sus padres no es un criminal; tampoco lo es una abuela china en Canadá que sobrepasa el tiempo de su visa de turista y se queda con su familia. Distingamos entre aquellos que cruzan las fronteras para cometer crímenes y aquellos que -cruzando la frontera- violan la ley, que es una ofensa civil, no criminal. Una vez que establezcamos estas distinciones necesarias, procedamos a una amnistía, e impongamos multas para los que han roto la ley, pidámosles que esperen hasta que puedan convertirse en ciudadanos, etc. No estoy abogando por lo que en Estados Unidos se llama free lunch (recibir algo a cambio de nada), sino por un procedimiento claro y ordenado de 'descriminalización' de la población indocumentada.
-¿Debe haber un Estado palestino?
-Sí, debería haber. No soy una nacionalista, sino que una demócrata liberal, cosmopolita y habría preferido ver una confederación Palestino-Israelí o una Unión del Medio Oriente. Una genuina paz entre el pueblo palestino y el pueblo israelí requiere garantías supranacionales e internacionales. Desafortunadamente, el actual gobierno israelí de Netanyahu y Lieberman es un gobierno de políticos miopes, que también son profundamente racistas con los árabes palestinos. Así es que soy pesimista: a menos de que ellos pierdan el poder en Israel, no habrá avance.------
Publicada en Artes y Letras de El Mercurio el 9 de diciembre de 2012.