MUCHO DE WITTGENSTEIN, UNA PIZCA DE BUSTER KEATON Y OTRO TANTO DE SAN PABLO: NICANOR PARRA SEGÚN JULIO ORTEGA

Del primero, la crítica del lenguaje; del segundo, su cara de palo; del tercero, su habla alucinada. En esta conversación, el especialista peruano cuenta cómo conoció al antipoeta, recuerda algunas anécdotas, y entrega ciertas claves para entender la obra (¿la persona?) y su vigencia: "Chile se ha quedado en el siglo XX y Nicanor ya está en el XXI".


blogs.brown.edu/ciudad_literaria/
Juan Rodríguez M.

"La antipoesía suena a charla de medianoche", escribió un joven peruano en los años sesenta. Casi medio siglo después, en uno de los salones de un hotel en Santiago, el crítico Julio Ortega recuerda aquella fecha, tal vez remota, en la que conoció la poesía de Nicanor Parra. "Fue el año sesenta y cinco o sesenta y seis. Él fue invitado por José María Arguedas a dar un recital en el Perú, y ahí descubrí su poesía; quedé impactado. Reconocí inmediatamente la novedad de una dicción crítica e irónica, que hablaba un lenguaje cotidiano, pero que era al mismo tiempo un lenguaje analítico. Escribí una nota sobre el recital en un periódico en el que yo colaboraba, La Prensa, que después se publicó en Mundo Nuevo un poco más elaborada: 'Nicanor Parra y las paradojas'. Creí entender en ese momento que la paradoja, o sea, una contradicción lógica, era el mecanismo de construcción de su poesía".

A Parra, la persona, lo conoció en Yale, "el setenta o setenta y uno". Ortega tenía veintisiete años, era un joven profesor. "Hablaba mucho con Nicanor -es la época donde salen los famosos artefactos, después del té con la señora de Nixon- y a partir de ahí pude estudiar un poco mejor su obra, porque Nicanor es su mejor lector. Para un crítico a veces el poeta es prescindible, tu puedes escribir sobre él sin necesidad de conocerlo, pero si tienes la suerte de conocer a Nicanor, el análisis que hagas de su poesía va a ser enriquecido por su propia lectura".

Desde entonces, Ortega -docente de la Universidad de Brown, en Estados Unidos, y que estuvo esta semana en Chile en calidad de jurado del Premio Neruda- ha dicho y escrito sobre Nicanor Parra, entre otras cosas: "su poesía es un pensar que nos piensa", "la vida cotidiana en su lenguaje es tan específica como insólita", "(en su poesía habla) el sujeto moderno, irónico y sarcástico", "es leído como el último poeta mundial", "en el fondo, ha reescrito el Diccionario de la Academia", "uno supo que ese era el lenguaje contemporáneo", "no acabaremos de agradecer gracia tanta".

Desde entonces, también, se ha preocupado de que Parra y su obra sean reconocidos: "Yo estaba ya en Brown University, y propuse su nombre para un doctorado honorario, con el argumento de que había estudiado en Brown y de que ahí escribió su primer gran poema, 'Catalina Parra' (publicado en Poemas y antipoemas). Lo escribió en Providence, que es una ciudad gótica, la ciudad de Lovecraft, un ambiente muy propicio para las ironías de Nicanor, y para las nostalgias también". "Mi pedido fue aprobado, y Nicanor vino a recibir su doctorado en 1991. Fue el comienzo de otra etapa suya, porque el mismo año ganó el premio Juan Rulfo (hoy Fil de Guadalajara), en el que yo fui jurado".

Dos años después Ortega publicó en el Fondo de Cultura Económica una antología de Parra. "Le dije: 'el título lo tienes que poner tú'. Porque yo le habría puesto 'Antología de Nicanor Parra', que no tiene ninguna gracia. Entonces me dijo: 'se va a llamar Poemas para combatir la calvicie, por tres razones: primera, porque la poesía es cosa de jóvenes, no de viejos calvos; segunda, porque la poesía debe servir para algo, siempre; y tercero, porque es un título que nunca pondría Octavio Paz'", recuerda -y ríe- Ortega: "Es buenísimo, típico de Nicanor, cuya significación siempre funciona en dos o tres sentidos, y cada vez es más irónico".

Una poesía material


Ludwig Wittgenstein finaliza su Tractatus logico-philosophicus diciendo: "De lo que no se puede hablar, mejor es callarse". Antes ha escrito que el mundo es todo lo que acontece, que la figura lógica de los hechos es un pensamiento, que el pensamiento es la proposición con significado, y que la "totalidad de las proposiciones es el lenguaje".

Si uno sigue a Ortega, puede concluir que Parra habla de lo que se puede -de lo cotidiano, del mundo de los mortales-, no de asuntos olímpicos. Lo de Parra, como lo del filósofo austriaco, es el lenguaje. "Por eso yo digo que Chile se ha quedado en el siglo XX y Nicanor ya está en el XXI", afirma Ortega. "En Chile estamos discutiendo problemas que se discutían en el siglo XIX, como la situación de las minorías étnicas, que ya se resolvió en todas partes, menos aquí; y ahora estamos enfrascados en una discusión sobre la educación pública, que es un problema de comienzos del siglo XX que, nuevamente, en todas partes se ha resuelto ya. Mientras que Nicanor está utilizando un lenguaje del siglo XXI, crítico-analítico, que demuestra que el lenguaje es el orden del mundo, y la sintaxis, el de las palabras y, por lo tanto, de las cosas en el mundo. Nicanor siempre ha sido un gran discípulo de Wittgenstein, y ha utilizado la poesía como una crítica del lenguaje, nos ha mejorado la dicción, el modo de hablar, la comunicación, y por lo tanto el uso, diríamos, analítico del lenguaje". Es decir: Parra es sincrético, está del lado del lector.

"La escritura y la voz son una sola producción". "Hay una transparencia del pensar poético. Y al mismo tiempo es una celebración de las cosas: cuanto más transparente, más preciso, las cosas se humanizan más. Si tú dices 'sube... a nacer... conmigo... hermano... americano', es muy complicado, muy metafórico. Lo de Nicanor es más inmediato, material, y al mismo tiempo lúcido, nos afinca en lo real de un modo más pleno". "No es el autor el que impone un modo de habla, sino que encuentra en el lector la posibilidad de enunciar y hacer suyo ese lenguaje. Es como si la poesía no estuviera en el poeta, sino que en el lenguaje, y es ahí donde se encuentran el poeta y el lector. La poesía no está en el yo, sino que está en el tú; y por eso es una poesía profundamente dialógica".

En todo eso, dice Ortega, ayuda la familiaridad que Parra tiene con el inglés. "La dicción de Parra es muy cercana, por ejemplo, a la de la poesía de Williams Carlos Williams, o de W. H. Auden. El poeta en inglés entra inmediatamente en sintonía con la poesía de Parra. Lo que pasa es que la poesía en inglés está más cerca del lenguaje cotidiano coloquial, mientras que la poesía en español está más lejos". Así, si Garcilaso fue quien universalizó la poesía española "al hacer suya la lengua poética italiana", si Darío "introduce la música del francés", y Borges la del inglés; Parra es "más radical": porque utiliza la filosofía crítica del lenguaje y porque recurre "a la economía de dicción en el inglés".

Un triángulo con Beckett


Ortega también ha dicho y escrito que Parra es como Buster Keaton, el actor y cómico de cine mudo. "Hay un humor de Parra capaz de decir las cosas más irónicas con una cara de palo; y Buster Keaton es el maestro de eso (le decían stone face). Pero quien completa el triángulo, obviamente, es Beckett, que en su teatro desarrolla un lenguaje analítico que es paradójico e incluso absurdista, y que se parece al humor lacónico e incisivo de Buster Keaton".

Pero Parra, hay que decirlo, no solo es discípulo y doble, también es "maestro" -de Julio Ortega- y "creador tutelar" -de los poetas jóvenes-. Sobre lo primero, dice el crítico: "Conocer a Parra ha sido para mí una de las grandes dichas de mi vida de escritor y crítico, puesto que Nicanor es un maestro involuntario. Él no funge de maestro, pero lo es si tú sintonizas con su registro". Un registro amplio, dice Ortega, justo antes de agregar, y nuevamente reír: "Cada uno -seguramente- recoge de esta Parra alguna uva".

Sobre lo segundo (lo de "creador tutelar"): "Es como un taller de poesía permanentemente en actividad, tú entras a un libro de Nicanor e inmediatamente empiezas a vivir el lenguaje en su propia producción coloquial. Ese taller es una iniciación para los jóvenes poetas, fundamental no para hacerles reconocer su propia voz -eso es un mito de la poesía, que cada uno tiene su voz-, sino para hacerles reconocer un horizonte de escritura en el cual el lenguaje es común, es un acuerdo, es una crítica; es una inteligencia del mundo".

La lección del Quijote


En uno de sus artículos sobre el antipoeta -"Voces de Nicanor Parra"-, Julio Ortega afirma que "la parte más intrigante y compleja de su obra ocurre a fines de los años setenta", con los libros Sermones y prédicas del Cristo de Elqui y Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (de 1977 y 1979, respectivamente). ¿Por qué? "Él siempre ha tenido un talento para procesar la dicción popular: lo ha hecho en las cuecas, en los romances, en la dicción irónica -incluso humorística-, en los refranes; pero también en el lenguaje alucinado. Esa es una lección del Quijote, quien habla como loco para decir mejor la verdad. Un modelo de habla que viene, a su vez, de San Pablo ('agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación'). Ese es el modelo del Quijote, y es también el que usa Nicanor con el Cristo de Elqui. Es un lenguaje roto, aparentemente, pero que explora una posibilidad de verdad emotiva que necesita de esa parábola, o del lenguaje alucinado, para llegar a una emotividad más cierta. Es un modo de decir 'hay que liberar al lenguaje -ahora que está homogeneizado por la dictadura- con un lenguaje de la locura', que es paradójico; lo que nos acerca a una condición más viva de lo material de lo humano. Es liberar lo humano de la retórica oficial".

La relación de Ortega con Parra es profesional y personal, a la vez. Lo dicho hasta ahora lo muestra; también su respuesta frente a una propuesta nunca antes hecha: elegir un poema del no ganador del Nobel. "Podría ser 'Soliloquio del individuo'", responde el crítico. El amigo complementa: "Nicanor me contó que ese poema iba a ser un libro, y que lo escribió cuando la sueca, una de sus musas, lo había abandonado. Que la historia del individuo era la de un amor incompleto, incumplido; y, de pronto, sonó el teléfono, y le dice ella 'soy yo, he decidido volver'. Entonces ella toma un taxi para ir a ver a Nicanor, y él apura el poema y -me cuenta- 'cuando puse el punto final sonó el timbre'. O sea que el poema fue interrumpido por la felicidad. Eso vale más que el Premio Nobel", dice, y otra vez ríe, "sobre todo siendo una sueca. ¿Será verdad la anécdota?, quién sabe, pero es buenísima".

------
*Publicado en Artes y Letras de El Mercurio el 27 de abril de 2014.