LA INCERTIDUMBRE DE LA MORAL

"El sacrificio de Isaac", de Caravaggio.

Juan Rodríguez M.

Una refundación de los derechos humanos, ni más ni menos, ese es el principio del libro El imperativo de la humanidad, del filósofo chileno Juan Manuel Garrido. ¿Cómo hacer esa refundación? El subtítulo responde: "La fundamentación estética de los derechos humanos en Kant". Y, sin embargo, en el prefacio, antes de comenzar con la tarea, Garrido anuncia su fracaso: "No calculé [...] las consecuencias teóricas con que me iba a tropezar. Lo bello (o como diré hacia el final del libro: lo digno-de-ser-mirado) no abre paso al bien moral". ¿Y entonces? Entonces dan ganas de leer el camino de ese fracaso, de esa "destrucción", más ganas, tal vez, si supiéramos que su éxito radica en ese fracaso: "Esta destrucción me permitió descubrir [...] una dimensión de la experiencia que, debido a su gratuidad y a su reticencia a erigirse en principio universal, nos deja mucho más cerca del vértigo, de la constitutiva incertidumbre de la decisión moral". Una incertidumbre categórica, si me permiten conjugar esas palabras. 

Garrido comienza su camino despachando la objeción típica que se le hace a la ética kantiana: que solo entrega la forma que debe tener una acción moral, pero no una receta sobre qué hacer o no en cada caso. Pedir esa receta, dice Garrido, es tanto como renunciar a nuestra autonomía —a la libertad y la responsabilidad—, pues dejamos en manos de otra cosa "el principio de determinación de nuestro libre actuar". O, sea, le estamos pidiendo a Kant, al filósofo de la autonomía moral, del sapere aude, una moral heterónoma, una moral del tipo "Dios me dijo que debía matar a mi hijo", una moral que necesita de un ángel que me impida hacer mal. Distinto sería, creo, si ese otro me enseña el saber, el mecanismo, o lo que sea, del actuar moral, y yo lo comprendo; si me lo enseña, quiero decir, tal como se enseña a resolver una suma. En ese caso yo no estaría siendo determinado por otro, sino que por mí mismo, que comprendo, que descubro la razón de ese mecanismo. Ahora, el asunto es si la acción moral es algo así, si su naturaleza es así de racional o cierta. Garrido dice que no. 

El sentido común haría una crítica mucho más radical a la moral kantiana. De qué consenso, moral universal o humanismo se puede hablar —en serio— cuando se ha tenido "la experiencia de lo inhumano en el hombre". Ha habido, hay, seres humanos desalmados, malvados, que no por eso dejan de ser humanos, seres racionales. Garrido recuerda a Osvaldo Romo, quien habló de su moral no muy buena, pero suya; de haber torturado porque era su oficio, porque cumplía un mandato. Lo que recuerda, claro, a Eichmann apelando a Kant, al cumplimiento del deber, para defender la moralidad de sus actos como encargado de la logística de la "solución final". 

O sea, dice Garrido, la moral kantiana, humana en principio, también puede justificar lo inhumano; o eso piensa el sentido común. Y entonces, hay que dejar atrás la filosofía, la especulación, y lanzarse a la defensa concreta y absoluta de los derechos humanos, pues la dignidad humana —la humanidad— es anterior a cualquier especulación. Pero, ¿qué es la humanidad?, se pregunta Garrido. ¿Y cómo puede ser digna de una defensa absoluta si aceptamos que en lo humano vive también lo inhumano, el mal? ¿Acaso Romo no actuó, según él, por el bien de la humanidad, para salvarla del comunismo? 

Lo que dice Garrido, creo, es que la pregunta por el ser humano es parte de la defensa de los derechos humanos. Por de pronto, se me ocurre, para liberar al concepto de humanidad de ideas preconcebidas, de contenidos consagrados que permiten deshumanizar —y entonces, por qué no, exterminar en nombre de la verdadera humanidad— a aquellos que no se adecúan a mi idea de un buen ser humano. Esa pregunta por la humanidad, por qué somos, tendría que ser, eso sí, un preguntar no formalista o mecánico; sino que práctico, moral, con sentido, realmente cuestionador, reflexivo. Una cosa es no caer en el rigorismo, en algo muy lejano a nuestras circunstancias; otra, se me ocurre, es la inhumanidad de no cuestionarse, por ejemplo, por qué nos parece horrorosa la tortura. ¿Será que sin pregunta ese horror, esa lucha por los derechos humanos, es solo conceptual, heredada, imitada, el seguimiento de un dictamen ajeno, de una orden extraña, algo que se hace porque se hace? 

Dice Garrido: "¿Por qué entonces no reconocer que la lucha por los derechos humanos, que la absoluta urgencia de esta lucha, su universalidad y necesidad, solo pueden legitimarse en un imperativo desprovisto de conceptos adquiridos y adquiribles —formulables, comunicables, estipulables, dictables— de “bien” y de “humanidad”? [...] El sentido común reprime la pregunta acerca de la naturaleza del mandato al que pretende obedecer. [...] No repara en que la única cosa que en su lucha tiene sentido es la forma categórica de la urgencia a la cual se consagra, o debiera consagrarse. [...] El sentido común reprime esta pregunta: ¿qué cosa es el hombre, que puede ser apremiado y estar obligado por esta exigencia, por este imperativo de la humanidad, más allá o más acá de cualquier certeza teórica o práctica de lo que pueda ser la humanidad, más allá o más acá de lo jurídico, religioso y moral, incluso más allá o más acá de los crímenes contra la humanidad?". 
 
El asunto, de nuevo, es si la represión de la pregunta por el ser humano es, también, la represión del actuar moral; ¿la exigencia, el imperativo de la humanidad puede ser irreflexivo? Y vuelvo a creer que no, pues Garrido habla de un imperativo que está más acá o más allá de cualquier certeza teórica o práctica, pero no más allá o más acá de la reflexión, de la pregunta, de la crítica. Es más, sospecho que está más allá de la certeza porque es reflexión; decir que la decisión moral es constitutivamente incierta es, o al menos tiene que ver con que es una reflexión categórica. 

El asunto es, también, si preguntar, si revisar siempre las propias inclinaciones, puede llevar a la parálisis, a la inacción; y tal vez a no hacer lo que debemos hacer. Mientras que los convencidos, salvadores de la humanidad —Romo, por ejemplo— hacen y deshacen. "La segunda venida de William Butler Yeats —dice Slavoj Žižek en Islam y modernidad. Reflexiones blasfemas parece reflejar a la perfección nuestra difícil situación presente: «Los mejores carecen de toda convicción, mientras los peores están llenos de intensidad apasionada»". Entonces, ¿qué hacer? Aunque, también: ¿Quién dice quiénes son los mejores y los peores? ¿Puede haber bien donde no hay convicción? ¿No será que se trata menos de hacer el bien que de no hacer el mal? Quizás la moral es un "no" antes que un "sí", o al menos un "preferiría no hacerlo". "Te ordeno sacrificar a tu hijo". "Preferiría no hacerlo".


EL IMPERATIVO DE LA HUMANIDAD
Juan Manuel Garrido
Orjikh Editores, Santiago, 2012, 91 páginas.