JEAN-LUC NANCY: DERRIDA O LA REAPERTURA DEL INFINITO

El 6 de diciembre de 2009, cinco años después de la muerte de Jacques Derrida, publiqué en Artes y Letras de El Mercurio el artículo «Jacques Derrida: las deconstrucción más allá de la luces». Gracias al filósofo chileno Juan Manuel Garrido, pude mandarle una pregunta a Jean-Luc Nancy. Mi idea era incluir sus palabras junto con las del propio Garrido, y las de los filósofos Rodolphe Gasché y Alexander García Düttmann; quienes hablaban del presente de la deconstrucción después de la moda que llegó a ser. Sin embargo, Nancy quedó fuera del texto principal porque, para mi sorpresa, me envió un pequeño ensayo como respuesta (yo me conformaba con un «pequeño párrafo», según le dije), y aproveché la oportunidad para publicar, aparte, casi completas sus palabras. Ahora, casi siete años después, las publico completas: 



-Considerando, por supuesto, su propio trabajo, ¿cuál es el presente de los estudios "derridianos" y por qué? ¿En qué desarrollos teóricos actuales diría que hay presencia de la deconstrucción?
-Me parece que se pueden distinguir tres niveles sobre los cuales se ejercen los efectos del trabajo de Derrida: 1) el nivel de la «deconstrucción», 2) el nivel de la problematización del sentido, 3) el nivel de la diferencia [différance]. Los dos primeros niveles son más generales, conciernen a un espíritu, a un giro dado al trabajo del pensamiento; el tercero es más limitado, más técnico, y concierne al núcleo teórico del trabajo de JD. 

1. Hoy la «deconstrucción» es, en primer lugar, una palabra caída en una especie de empobrecimiento semántico, lo que le pasa a menudo a grandes palabras filosóficas (como la «idea» de Platón, el «cogito» de Descartes, la «dialéctica» de Hegel, etc.). Sus conceptos se empobrecen, se les hace decir cualquier cosa. Todo el mundo comprende hoy «deconstrucción» o como «crítica», o como «juego de demolición de textos». Ahora bien, esta palabra tiene un sentido preciso: deshacer una estructura, desmontarla para hacer jugar las articulaciones internas, para volver a poner en juego las condiciones de su génesis y así hacer surgir algo nuevo. Tomemos un ejemplo muy simple: la oposición entre «sensible» e «inteligible», que nos parece evidente y necesaria. Deconstruir esta oposición, es sacudir o fluidificar su construcción: ¿es tan simple pensar que lo sensible es confuso y poco inteligible? ¿No es esto haber alineado ya lo inteligible con la matemática, la lógica? Y lo sensible, ¿no tiene su propia claridad? ¿Lo inteligible es insensible? ¿Qué significa «pensar», «comprender», «argumentar»? ¿No está operando una verdadera sensibilidad en estas operaciones «intelectuales»? ¡La lógica también puede vibrar! Podríamos pasar a otra oposición, como «hombre» y «mujer» (además, nos encontramos en seguida con una tradición entera que afirma al hombre como del lado del intelecto, y a la mujer como del lado de la sensibilidad…). Ahora bien, nosotros comprendemos hoy que no son «esencias», realidades definidas en sí. Se trata ante todo de una relación, y de una tensión entre polaridades, que nos atraviesan a cada uno de nosotros.
     En resumen, «deconstrucción» viene a decir que no se tienen más por seguros los conceptos de la estructura intelectual dominante de nuestra tradición. ¡Pero no es para destruirlos! Al contrario, es para hacerlos revivir, es para hacerles dar más sentido y un sentido nuevo.
  Es así como Heidegger, que introdujo la palabra «Destruktion» (que se traduce «deconstrucción»), emprendió una deconstrucción del sentido de «ser». Basta con recordar esto: este sentido no atañe al sustantivo «el ser», sino solamente y enteramente al verbo «ser» ¿Qué sucede si el pensamiento abandona el sustantivo «el ser» y se queda sólo con el verbo...? Llego hasta aquí. 

2. Consecuentemente, se puede decir que lo que JD introdujo es una posibilidad general de problematizar el sentido o los sentidos recibidos, y sobre todo la idea misma de «sentido». Tanto la significación (¿qué es una significación?, ¿es estable, tiene un valor único, etc.?) como el sentido direccional (¿hacia dónde va la historia? ¿O la vida? Y ante todo ¿se trata de ir hacia…? ¿debemos hablar de meta, de fin?).
   Pero problematizar los sentidos recibidos es lo que hace sin cesar la cultura. De alguna manera no estamos frente a nada extraordinario, aun cuando sea al mismo tiempo algo revolucionario. Sí, la cultura de los hombres está siempre en estado de revolución: revuelve los signos, las lenguas, las representaciones: en este sentido está viva. Solamente cuando se está en una época de mutación profunda, como la nuestra, ello inquieta y suscita resistencia. Uno querría que «hombre», «mujer», «sentido», «filosofía», «poesía», «política» fuesen nociones y realidades bien definidas y fijas... Pero nada vivo está fijo. Y nuestra época debe afrontar un movimiento tan fuerte y tan amplio como no lo ha habido desde hace mucho tiempo. He aquí por qué JD, que sintió muy vivamente este carácter de ruptura de nuestro tiempo, ha sorprendido, perturbado e inquietado. Como Deleuze, además, aunque muy de modo muy diferente. 

3. El núcleo duro de la obra teórica de JD es este neologismo: différance. Diferencia, pues, con una «a» que transforma la palabra en un sustantivo ligado al participio «que difiere» [«différant»] del verbo «diferir» [«différer»], que tiene el sentido de «aplazar» [«remettre à plus tard»] (to delay en inglés). Esta palabra («ni una palabra, ni un concepto» dice de hecho JD…) intenta hacer oír esto: entre entidades dadas no hay sólo diferencia. Por ejemplo, usted, yo y las diferencias entre usted y yo. Aquí también está aquello que hace que toda identidad se difiera: que retarde su cumplimiento. De hecho, no es un «retardo» que acabaría por colmarse. Es un retardo estructural: lo idéntico está siempre «retardado», está infinitamente más allá de sí mismo. ¿Quién soy yo? ¿Qué es este «yo»? Nada que pueda ser dado, presentado, definido. «Yo» soy, «usted» es un recurso infinito de identificación – lo que es más vívido, más intenso, más excitante que ser «uno mismo» [«soi»]…
    Se podrían desarrollar en extenso las implicaciones de este «retardo» infinito, que no está en retardo sobre nada, sobre ninguna fecha fija. Que es la apertura infinita del existente finito. En el fondo, con JD se trata de reabrir el infinito hoy (y una vez más, esto se puede decir, de otra manera, de Deleuze – lo que muestra que hay una convergencia de época, en la época, entre estos dos fuertes pensamientos). Y esto está siempre en obra, en otros y de otra manera, por supuesto, todavía – ¡pues lo peor sería que ya fuera idéntico y estuviera identificado! Ciertamente hay «derridianos» o «deluzianos»: siempre hay espíritus de escuela. Pero esto no es importante.


------
Traducción de Juan Rodríguez M.



[Apéndice: este es el artículo que publiqué en 2009]

La vigencia de un pensamiento / A cinco años de su muerte
Jacques Derrida: la deconstrucción más allá de las luces

Desde crítica literaria y movimiento arquitectónico, hasta diseño de vestuario y cocina. La deconstrucción fue una explosión intelectual, signo de vanguardia y de estar en la cresta de la ola. Hoy, a un lustro del fallecimiento de quien la pensó, parece avanzar silente, lejos de las modas.
Juan Rodríguez M. 

Hubo un tiempo -quizás lo haya todavía- en que si en alguna conversación o análisis se utilizaban palabras como «paradigma» o «deconstrucción», se tenía ganada, al menos, la apariencia de inteligente, de intelectual y, por qué no, de posmoderno. Fue el éxito no esperado que tuvo Jacques Derrida, en el caso de la segunda palabra, cuando traduciendo la noción heideggeriana de Destruktion o Abbau, comenzó a hablar -en textos como De la gramatología o La escritura y la diferencia- de la deconstrucción de los conceptos dominantes de la tradición metafísica occidental.
   Según Juan Manuel Garrido, doctor en filosofía por la Universidad de Estrasburgo (Francia) y académico de la Universidad Diego Portales*, la leyenda cuenta que a fines de los 70 Derrida dictó una conferencia en la Universidad Johns Hopkins (Baltimore, EE.UU.) donde dijo: «No hay fuera del texto». Fue la chispa de la explosión deconstructiva: la conferencia es parte del mito refundador de los estudios literarios en EE.UU., donde se pueden citar los nombres de Johnathan Coller, Paul de Man o Harold Bloom. De ahí en adelante, el pensamiento de Derrida ocupó la vanguardia en áreas tan diversas como la arquitectura, la lingüística, el derecho, el psicoanálisis, los estudios de género, el feminismo, los estudios sobre colonialismo, e incluso el diseño de vestuario y la cocina. Toda una moda.

La moda pasa

En medio de toda esa vorágine, a fines de los 80 -afirma Garrido- se comienza a revalorizar en EE.UU. el sentido propiamente filosófico de Derrida, sobre todo gracias al trabajo de Rodolphe Gasché en su libro The tane in the mirror: Derrida and the philosophy of reflection. Gasché -profesor de la Universidad de Buffalo y un foco importante en torno al pensamiento del filósofo franco-argelino- considera que hoy se vive una etapa que está más allá de la «excitación inicial» que hubo en algunos departamentos de crítica literaria. Un momento mucho menos destellante, pero cuyos efectos -cree- serán más duraderos.
   En ese sentido, destaca la publicación de las conferencias completas de Derrida en EE.UU. -a cargo de Geoffrey Bennington y Peggy Kamuf- y el hecho de que aquellos que estudian a Derrida hoy, lo hacen en un contexto, al menos, indiferente hacia su labor, lo que para Gasché revela que su motivación está en el pensamiento mismo de Derrida, lejos de la «ola de entusiasmo» inicial.
   «No hay muchos de ellos, es verdad, estoy pensando sobre todo en Leonard Lawlor, Martin Hägglund, Kas Saghafi y Joshua Kates. Su trabajo tiene todo de lo que carecía la primera ola; a saber, una paciente, cuidadosa y meticulosa exploración del pensamiento de Derrida», señala Gasché. Y ya que no tienen la presión de diaria de mostrarse relevantes, prometen ser más relevantes que «esas pasajeras modas del día».
   Juan Manuel Garrido concuerda con que Derrida no es el filósofo en boga, lo que no significa que no pueda volver a tener vigencia, sobre todo cuando se están empezando a publicar en Francia sus seminarios: «Cuando pasa la moda, empieza el trabajo en serio», afirma. Dentro de la labor actual, menciona en Francia a Jean-Luc Nancy, Bernard Stiegler, Catherine Malabou, Michelle Lisse, Marie-Louise Mallet, Philippe Lacoue-Labarthe, Jean-Luc Marion y Ginette Michaud; en EE.UU. a Judith Butler y Leonard Lawlor, y en Alemania a Hans-Jörg Reheinbergen y Alexander García Düttmann.
   García Düttmann, autor de Derrida und ich: Das Problem der Dekonstruktion, se suma a la percepción de Garrido y Gasché respecto de la actualidad de Derrida y recuerda que éste, poco antes de morir, señaló que no se hacía ilusiones sobre la vigencia de su pensamiento. Por lo mismo opina que, si existe algún interés hoy, es soterrado y no tan visible como en décadas anteriores. Lo que para él es bueno: «Habrá que esperar -concluye- hasta que un día surja y se manifieste el único interés que puede justificarse, un interés por la obra de Derrida como pensamiento filosófico, más allá de los piadosos y casi siempre poco inspirados trabajos de los alumnos y del ajetreo que producen las modas. Hay que anticipar ese día con alegría y trabajar para que llegue». 
    La deconstrucción está por (volver a) venir... quizás. 

------
*Actualmente, Juan Manuel Garrido trabaja en la Universidad Alberto Hurtado.