HUGO HERRERA: "¿POR QUÉ NO HEMOS SIDO UN PAÍS DE FILÓSOFOS DESTACADOS?"
El domingo 11 de septiembre de 2016 publiqué en Artes y Letras el artículo "Una vida sin reflexión no tiene sentido: Hay filosofía en los colegios"; a propósito de la supuesta intención del Mineduc de retirar la asignatura del plan común en tercero medio. Estas son las respuestas completas que me envío para ese artículo el filósofo Hugo Herrera, director del Instituto de Humanidades de la Universidad Diego Portales.
-¿Cuál es la situación actual de la filosofía en Chile, y en particular en los colegios (cómo se enseña)? (Tal vez sirva conocer tu experiencia con estudiantes de primer año de universidad.)
-Mi experiencia, como estudiante y con estudiantes, es muy heterogénea. Efectivamente existe el ramo de filosofía con el título de filosofía. En ciertos colegios particulares y en liceos de excelencia, uno nota alumnos que son capaces de realizar indagación y reflexión filosófica. Sin embargo, la gran mayoría carece de estas capacidades. Muchos estudiantes ignoran filósofos principales y textos fundamentales. No me refiero ni siquiera a una lista abultada, sino a los usualmente más relevantes. En mi educación secundaria –en un colegio particular– no alcancé a tomarle aprecio a un ramo donde se trataban autores más bien marginales, del gusto de un profesor que se dedicaba, en parte importante de su clase, a comentar la actualidad. Nada leímos de Kant, de Hume, de Hegel. Aprendí más de filosofía en clases de religión.
Creo que esta situación precaria se debe a algo que puede sonar duro, pero es cierto: en Chile no hay una tradición filosófica vigorosa. Salvo casos muy puntuales, la filosofía acá se ha practicado en un nivel de alcance más bien local. No digo que haya que someterse completamente a la formalización del conocimiento, al mero “paper”, ni perder la veta existencial. Pero el trabajo filosófico requiere también de método, rigor en el empleo de la literatura y las fuentes, manejo de idiomas. Entonces pueden ser abordadas fructíferamente y con rigor y claridad cuestiones existenciales, asuntos más concretos, elucidar el aquí y el ahora, pensar en Chile.
A diferencia de lo que ha ocurrido en el pasado, hoy tenemos –me atrevería a decir– un par de generaciones extendidas de investigadores en áreas filosóficas, graduados en programas doctorales de calidad y que indagan en los problemas con estándares usualmente empleados en naciones con tradiciones filosóficas consolidadas. El despliegue es, ciertamente, incipiente, y depende de bases todavía frágiles, como los restringidos recursos de Fondecyt y decisiones de universidades, incluso privadas, que mantienen carreras que no se financian. Todo eso es muy inestable, tenemos una reforma a la educación superior en marcha, que probablemente empobrecerá al sistema. Sin embargo, si lograra estabilizarse o incluso acrecentarse la cantidad de nuevos investigadores con plazas y recursos, creo que la formación universitaria de los estudiantes de pregrado debiese tender a mejorar y cabría pensar entonces en que el futuro de la enseñanza de la filosofía en la escuela alcanzará un nivel razonablemente bueno. Pero aquí no sólo hay que considerar el inestable escenario universitario, sino también la nueva ocurrencia del Mineduc.
-¿Por qué se llegó a esa situación y cuál es la responsabilidad de los profesores de filosofía?
-No hablaría de una situación a la que hallamos llegado, pues nunca ha sido buena. Ciertamente, un Andrés Bello, un Enrique Molina, un Luis Galdames, y otros más –sobre todo, la llamada Generación del Centenario, formada, en parte importante, en el, en su minuto, naciente Pedagógico– tuvieron formación filosófica y capacidades reflexivas descollantes. Hay otros, no quiero ser injusto, por eso no sigo mencionando nombres, pues seguramente omitiré. Pero su alcance no es general, no llegaban sino a pequeños grupos de alumnos. Chile ha sido país de poetas e historiadores. Todos somos poetas, en tanto tenemos capacidades creativas, y todos estamos situados históricamente, de tal suerte que es fácil desarrollar una inquietud histórica. Pero también todos debiésemos ser un poco filósofos, en el sentido de que la filosofía es una inclinación fundamental, que se nota ya en los niños, en esos niños que se preguntan dónde termina el universo y se asombran –con temor y reverencia– ante el misterio de la muerte. Y aquí viene la pregunta, ¿por qué no hemos sido, salvo excepciones, un país de filósofos destacados al nivel de un Neruda, una Mistral o un Góngora? Parte, creo, es culpa del pasado colonial. No venimos de raíces culturales donde la filosofía haya descollado; parte, de las urgencias comerciales y económicas de la oligarquía, que tan bien describe Alberto Edwards; parte, también, de la ausencia de una institucionalidad que fomentase masivamente la dedicación de cabezas egregias a los estudios y la investigación filosófica; parte, como dice Mauricio Redolés del “sueldo de hambre” de la escuela.
-¿Cómo debería replantearse la filosofía en los colegios, y quizás la formación de los profesores? ¿No es muy tarde comenzar en 3° medio?
-La formación de los profesores está cambiando. Cambiaría mejor y más rápido si hubiese una institucionalidad que fomentase los estudios de postgrado con mayor empuje, así como la investigación permanente de los académicos, que son quienes forman a los profesores. Fondecyt debe contar con más recursos para apoyar a las nuevas generaciones de investigadores que egresan. Las universidades debiesen contar pronto con un régimen que les permita ampliar las plazas para académicos.
Ahora, respecto a la asignatura de filosofía, le daría una importancia mayor que la que actualmente tiene, y no menor, como propone el gobierno. No hay que desconocer que el nivel de la filosofía en la escuela no es el óptimo. Pero de ahí no se sigue que haya que quitar filosofía, pues entonces, probablemente, habría que inferir que todo se debe quitar, pues nuestra educación, en general, no es buena. Reformularía el programa, centrándolo en autores, textos y problemas clásicos, invitando, ya a los niños –lo he dicho: de niños tenemos preguntas filosóficas– a incorporar la reflexión rigurosa acerca de problemas existenciales y cotidianos, con las herramientas de la filosofía. Algo así podría tener un impacto mucho mayor en la formación de los escolares que una asignatura como “Consejo de Curso” o “Formación ciudadana”, pues lograría producir más decisivamente capacidades de reflexión, análisis, crítica, de juicio sobre la realidad. Esas capacidades tienen alcances aplicables en la vida ciudadana y en el mundo laboral. Pero, sobre todo, y como el arte: saber pensar y descubrir –como percibe cualquiera que lo logra– vale la pena por sí mismo, vuelve más intensas nuestras existencias, nos hace más humanos.
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Por: Juan Rodríguez M.