WILLIAM BURROUGHS, SEGÚN BEF
El 16 de junio de 2015 publiqué en Cultura de El Mercurio "La loca vida de un gringo llamado William Burroughs", una entrevista que le hice al mexicano Bernardo Fernández, Bef, sobre su novela gráfica Uncle Bill. Allí se lee:
Viñetas con y sin palabras, caricaturas, idas y vueltas temporales y espaciales, diversidad de voces. Tal vez cualquier vida queda mejor contada si se trasciende la omnisciencia y la linealidad. O al menos la del ícono beat, rock, pop y, por qué no, místico, William Burroughs. Así lo muestra Uncle Bill (Catalonia), la novela gráfica en la que el novelista y dibujante mexicano Bernardo Fernández, Bef, narra, con esos y otros recursos, la vida del autor de Yonqui y Almuerzo al desnudo y también su encuentro con la literatura de Burroughs hace 25 años.
Y también:
La vida de Burroughs es la de uno que busca su destino, que en ese trance intenta uno y varios negocios, bucea y se hunde en las drogas, se gana la admiración y amistad de Allen Ginsberg y Jack Kerouac, se casa con Joan Vollmer (tan o más desenfrenada que él), tiene un hijo, se mete en problemas legales y por eso huye a México. Una vida que allí acelera ese ritmo hasta que encuentra su punto de Arquímides: jugando como otras veces a Guillermo Tell con Joan (ella se pone un vaso en la cabeza, él -eximio tirador- dispara), la mata. Era el 6 de septiembre de 1951. En 1985, Burroughs dirá: "Me veo obligado a aceptar la atroz conclusión de que jamás me hubiera convertido en un escritor de no haber sido por la muerte de Joan".
Esta es la entrevista completa:
-Cuentas que lo primero que te llamó la atención sobre Burroughs fue el dato según el cuál él acuñó el término heavy metal. ¿Por qué te intrigó tanto?
-Es que yo era, o soy de corazón metalero... creo que al final soy más punk que metalero..., pero siempre ha sido una estética por la que he sentido atracción. Entonces, descubrir que había este vínculo entre este autor tan misterioso y la música que a mí me gustaba en aquel momento, pues fue el disparador de esta fascinación de veinticinco años por William Burroughs y su estética. Es decir, básicamente fue saber que la música que yo escuchaba, también podía tener vínculos con los libros que leía, y eso fue, para mí, un gatillo creativo.
-Planteas el libro como un homenaje "al hombre con el que he desarrollado una relación de amor-odio literario". ¿Qué te fascinó de Burroughs cuando por fin lograste leerlo? ¿Todavía te fascina lo mismo?
-Mi fascinación permanece, es la fuerza lírica de sus textos. Considero que es un autor más de prosa poética que de cualquier otro género, porque además es inconexa y delirante; es de una fuerza brutal, los textos de Burroughs están llenos de imágenes subyugantes... y además suelen ser bastante desagradables: esas máquinas de escribir orgánicas e insectos gigantes, o el ventrílocuo que le enseña a hablar a su ano. Son como... el doctor Benway, ¿no?, este personaje que aparece todo el tiempo en sus libros. Me parece que son imágenes de una gran fuerza, que permanece en su lectura a través de los años.
-¿Por qué hablas de una relación amor-odio literario?
-Porque descubrí que pasó por mi país como hubiera podido pasar cualquier turista gringo. O sea, prácticamente con los ojos cerrados, sin ningún interés por vincularse con la cultura local... Tampoco es que tendría que haberlo tenido, pero daba lo mismo que hubiera estado aquí -en Ciudad de México- o en Santiago, Bogotá, en cualquier lugar. Aunque creo que también le sucedía lo mismo en Europa y en Estados Unidos: él estaba, pero no estaba. Entonces lo que me pasa con él es que me quedó este extrañamiento, su incapacidad para empatizar, era casi como una máquina.
-En el prólogo, Joselo Rangel, de Café Tacvba, recuerda el mundo sin internet, a propósito de los cuatro años que te demoraste en encontrar algún libro de Burroughs. ¿Cómo era vivir sin internet?
-Pues, ya no lo recordamos. Era, por un lado, terrible, pero por el otro teníamos muy intacta la capacidad de asombro. La información no era inmediata y había que buscarla y llegaba, por lo menos a México, llegaba a cuentagotas; yo me imagino que era algo muy parecido en toda Latinoamérica. Entonces, de repente tenías un interés en alguna banda nueva, o algún escritor, y si no estaba en los canales tradicionales, pues se volvía una odisea dar con la información. Pero al mismo tiempo ese viaje de descubrimiento era muy divertido: estar rastreando los libros, estar buscando la información; cuando te encontrabas con alguien que tenía un poquito de información y la compartía se creaba una especie de cofradía. Estoy seguro de que decirle que vivíamos así a alguien que hoy tenga quince o dieciséis años, le debe parecer horrible y prehistórico, pero no era tan terrible, tenía una parte de encanto en la búsqueda. La gente, los que ahora se llaman nativos digitales no valoran la disponibilidad inmediata de la información.
-Algo me dijiste ya de la relación de Burroughs con México. ¿Él nunca dijo algo en particular sobre México, en algún texto u otro lugar?
-Habla de repente, por ahí menciona unas pirámides aztecas, alguna cosa así, como parte de sus escenarios. Pero México no es un tema en la obra de Burroughs, él no es un autor interesado en los temas mexicanos. No creo que haya leído jamás un solo autor mexicano -bueno, que de entrada son poco traducidos-, pero yo no creo que haya tenido ningún contacto con autor alguno. También es un poco parte de ser outsider todo el tiempo, pero me queda muy claro que entre sus intereses, que eran muchos -las armas de fuego, su fascinación por los gatos al final de su vida- no mostró interés por México ni Latinoamérica.
-En un momento de libro, cuando le empiezas a hablar a Burroughs, le preguntas "quién eres" y "qué haces en mi país". No sé si lograste responder a esas preguntas.
-Ninguna de las dos (ríe). La único que supe es que estaba huyendo, pero quién era... Él fue un hombre misterioso, siempre, incluso me atrevo a suponer que para él mismo. En Marruecos, en las calles de Tánger, los niños le llamaban el hombre invisible; era una sombra que pasaba, una presencia en el rabillo del ojo, se deslizaba como una sombra. Yo creo que ni él mismo sabía quién fue William Burroughs. Era este eterno pasajero que iba de un lado a otro buscando, buscando.
-En el libro hay viñetas, obviamente, incluso hay momentos de narración sin palabras, hay un capítulo en el que haces caricaturas, hay cruces temporales, espaciales. Son muchas estrategias narrativas. ¿A qué responde la variedad de tratamientos y estrategias que elegiste para contar la historia?
-Bueno, yo también escribo novelas. Y hoy en día leer una novela que tenga una sola voz, me resulta aburrido. Un narrador omnisciente o una sola primera persona me aburre un poco. Siempre me acuerdo de que Peter Greenaway decía que el cine no había llegado a James Joyce, que la narrativa era muy convencional, que era como una novela de Balzac -como si escribir novelas como Balzac fuera fácil (ríe). Pero pienso en eso, quería hacer un despliegue de muchos recursos, que además fueran propios de los cómics, que no se pudieran trasladar a otro medio. El capítulo que está hecho con caricaturas, pues es un homenaje a The Newyorker, que es la meca de las caricaturas, del humor gráfico mundial. Ahí lo que hice fue esa narración en forma de cartoons, de caricaturas, que aislados funcionan -la gran mayoría- como un chiste visual; pero al juntarlos quería que se articularan como un objeto narrativo. Hay un homenaje ahí a los grandes humoristas gráficos de los Estados Unidos, especialmente a Peter Arno... El libro está lleno de guiños visuales de ese tipo, pero ese capítulo en concreto era, para mí, hasta un tour de force, en el sentido de que yo no soy caricaturista, no soy humorista gráfico; alguna vez lo intenté y no tengo esa vocación. Fue un pequeño homenaje al otro gran oficio que se hace con esta misma herramienta del dibujo caricaturesco.
-Al final del libro pones esa cita de Burroughs en la que él dice que llega a la "atroz conclusión" de que si no hubiese matado o, más bien, si no hubiese muerto Joan él nunca se hubiese convertido en escritor. ¿Qué te hace pensar a ti esa afirmación?
-Yo creo que él andaba buscando, inconscientemente, como Juan Villoro lo apunta, su propio infierno. Era un tipo de clase media muy acomodada, incluso clase alta -no propiamente millonario, pero sí bastante acomodado- que nunca en su vida había tenido ninguna complicación. O sea, era como una especie de junior desatado, que lo que quería era añadirle sordidez a su vida. La encuentra de la peor manera posible, y es lo que finalmente le permite lanzarse al ruedo del narrador, porque ya había escrito una novela, incluso dos -también tiene esta otra a cuatro manos con Kerouac, Los hipopótamos-, pero no había dado el paso final. Y lo que lo anima es justamente esta terrible tragedia, de la cual, además, aprende que tienes que ser muy cuidadoso con lo que deseas porque se te puede cumplir.
-En una de las notas dices que te gusta dibujar diablos. ¿Burroughs fue un diablo?
-Sí, yo creo que es una especie de demonio de la literatura. Un demonio casi bíblico, ¿no?, su aspecto era bastante demoníaco, bastante... O sea, creo que él, visualmente, era bastante malévolo, como deben ser los mejores demonios. Entonces sí, no lo había pensado a él como un diablo, pero perfectamente podría serlo... Si le pones cuernos y patas de cabra podría perfectamente representar a lucifer o algún personaje Neil Gaiman, ¿no? Sí, visualmente es bastante cercano a la idea que tengo de la maldad.
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Por: Juan Rodríguez M.