LOS GUSTOS DE PABLO OYARZUN
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Esta entrevista a Pablo Oyarzun -a través de un correo electrónico- la hice para el artículo La condición humana según cuatro filósofos chilenos, publicado el 10 de abril de 2016 en el suplemento Artes y Letras del diario El Mercurio.
-¿Por qué le gusta la filosofía?
-Es raro para mí usar la palabra “gusto, gustar” referida a la filosofía. Es lo que hago —me gusta hacer lo que hago, pero hacerlo es una necesidad. La sentí muy temprano, mucho antes de conocer la palabra “filosofía”.
-¿Por qué escribe filosofía?
-Casi me limitaría a decir: porque escribo. Pero entonces recibiría la pregunta de vuelta. Y tendría que explicarme: es que finalmente, si escribo filosofía, lo hago a mucha distancia de lo que se entiende escolar o profesionalmente por “filosofía”, aunque también sé escribir así; escribo por pasión, pathos, que le decían los griegos. Escribo lo que se me ocurre, escribo a punta de ocurrencias (que muchas veces no llegan), escribo también, imprescindiblemente, lo que me ocurre: aunque no me dé cuenta, siempre estoy yo en lo que escribo, sin saber muy bien, cuando escribo, la cosa a que me refiero al usar ese pronombre.
-…me recuerda un poco a las grandes pinturas de la Storia di Sant’Orsola, de Vittore Carpaccio, donde no hay una sola mirada de los muchos personajes que las pueblan que se cruce con otra. Pero no es tan así: hay conversaciones, solo que a menudo son esporádicas o truncas. Y hay amistades irrenunciables; no olvidar que la filosofía es saber de la amistad.
-¿Qué interés(es) o gusto(s) tiene fuera de la filosofía y, en general, de su trabajo como académico?
-La literatura (toda ella), la música (toda música, sin abandonar jamás el rock), las artes visuales, las películas malas (no el cine arte, por favor, salvo contadas excepciones), la política, inevitablemente, y no solo como espectador (indignado, las más de las veces), sino en los espacios en que me toca desenvolverme, los números, los buenos vinos y el whisky (aunque eso no está fuera de la filosofía, al menos en mi caso), los frutos secos, para acompañar esos líquidos, y, por supuesto, la conversación y la amistad.
-¿Le gusta practicar algún deporte? En caso de responder sí, ¿cuál? En caso de no, ¿por qué no?
-No me eximo del trote los fines de semana y cuando puedo, lo hago también en los días hábiles: 10 a 12 km cada vez. Me pone muy alegre. Y hago algo de ejercicio diario en mi casa. Abandoné el gimnasio por un daño en el hombro.
-Equipo de fútbol favorito y cuán aficionado es del mismo. (Si no le gusta ningún equipo o, simplemente, no le gusta el fútbol diga ¿por qué?).
-Confieso que he perdido desde hace mucho el interés por el campeonato local (hablo de hinchar) y me animo con las competencias internacionales. Fui colocolino y, por supuesto, me sigo alegrando cuando Colo Colo triunfa, me irrita que pierda: esas cosas siempre quedan. Espero que vuelva a ser campeón en el Clausura actual; la Católica habrá ascendido temporalmente, pero ya conocemos su destino: y, peor, lo conocen ellos.
-Lo último que leí: varias obras (dramas y relatos, correspondencia y piezas difíciles de clasificar) de Heinrich von Kleist, y Temporarias, un libro póstumo de poemas de la maravillosa y malograda poeta boliviana Emma Villazón, para el que escribí un pequeño texto. Lo que estoy leyendo: Cantos cabríos, de Federico Rodríguez, libro admirable, que presentaré a fin de mes, y algunas cosas de Benjamin, para un ensayo que debo contribuir a una revista catalana de filosofía. Lo que voy a leer: mi querido y jorobado Lichtenberg y textos raros sobre el lenguaje de los siglos XVII y XVIII. Y lo que por ahí salte, inesperado.
-¿Borges o Kafka? (o algún otro)? Según la respuesta: ¿Cuándo lo descubrió y por qué lo cautivó?
-Borges y Kafka: fueron mis maestros en la adolescencia (y lo siguen siendo, junto a otros). Los descubrí cuando empecé a leer con voracidad, a los 16. Antes de eso, dedicado a dibujar, a hacer planos de casas, edificios, ciudades y continentes, a jugar fútbol y ajedrez, no había leído más que el Génesis, el Apocalipsis, el Juego de abalorios, de Hermann Hesse, libros de astronomía y de ajedrez, revistas de arquitectura y muchos cómics. En dos años, los últimos del colegio, condicional como estaba, me leí sobre 800 libros, más de uno por día. Y empecé a escribir desaforadamente, cuentos, poemas, ensayos, piezas teatrales. Borges y Kafka, más que cualquier filósofo, me dieron el tono, me soltaron la mano, me confirmaron en un presentimiento: que pensar sin humor no vale.
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Por: Juan Rodríguez M.